(Domingo
XV - TO - Ciclo A – 2020)
“El sembrador salió
a sembrar” (Mt 13, 1-23). Para comprender la parábola del sembrador, hay
que reemplazar los elementos humanos y terrenos por elementos divinos y
celestiales. Así, el sembrador es Dios Padre; la semilla es la Palabra de Dios
encarnada, su Hijo Jesucristo; los distintos tipos de terrenos en los que caen
las semillas, son los distintos tipos de corazones humanos; la tierra en la que
siembra el sembrador es el mundo y la historia humana; los pájaros que comen
las semillas al borde del camino son los demonios o ángeles caídos, que arrebatan
la Palabra de Dios del corazón humano, para reemplazarla por cosas del mundo.
El
resto de la parábola está explicado por el mismo Jesús: “Cuando alguien oye la
Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había
sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del
camino”. Este es aquel que lee la Palabra de Dios, pero como para su
comprensión se necesitan, además de esfuerzo y dedicación, la luz de la gracia
del Espíritu Santo, porque el significado de la Palabra de Dios es sobrenatural,
esta clase de almas no pide la luz de Dios para interpretar lo que lee y así el
Maligno le arrebata la Palabra de Dios y ésta es reemplazada por doctrinas meramente
humanas.
Continúa
Jesús: “El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la
Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque
es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa
de la Palabra, inmediatamente sucumbe”. Esta clase de almas reciben la luz del
Espíritu Santo para comprender la Palabra de Dios, la comprende y esto lo llena
de alegría, pero para tener dentro de sí a la Palabra de Dios, es necesaria la
constancia en su lectura y en su comprensión: en este caso, la falta de constancia
en su lectura hace que ante una tribulación, la abandone a la Palabra de Dios y
se desvíe por oscuros caminos.
Prosigue
también Jesús: “El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha
la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la
ahogan, y no puede dar fruto”. Esta clase de almas escuchan la Palabra de Dios,
recibe a Jesús y a sus mandamientos, pero ante las falsas seducciones del mundo,
se deja atrapar por estas y abandona a Jesús, inclinándose por el mundo y sus
vanos atractivos.
Por
último, Jesús revela en quién da frutos la semilla de la Palabra de Dios: “El
que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la
comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”.
El
hombre que produce fruto es aquel que escucha la Palabra de Dios, la entiende
gracias a la luz del Espíritu Santo, no se deja amedrentar por las
persecuciones, no se desalienta ante las tribulaciones y la pone en práctica, amando
a Jesús y cumpliendo sus mandamientos, que están comprendidos en las obras de
misericordia corporales y espirituales.
“El
sembrador salió a sembrar”. El Sembrador, que es Dios Padre, siembra la semilla
de su Palabra, el Hijo de Dios encarnado, también en nuestros corazones. Esta Palabra
es sembrada de dos formas: por la lectura de la Palabra de Dios, esto es, la
Sagrada Escritura, y por la Comunión Sacramental, porque la Eucaristía es la
Palabra de Dios, Cristo Jesús, encarnada primero en el seno de María y luego en
el seno de la Iglesia, el altar eucarístico. Por esta razón, la parábola nos
sirve para comparar nuestros corazones con los corazones de los hombres de la
parábola y así saber qué clase de terreno es nuestro corazón. Si encontramos
que nuestro corazón es como la semilla al borde del camino, o como el terreno
pedregoso, o como la tierra rodeada de espinas, sepamos que lo que convierte a
nuestro corazón en terreno fértil, no es nuestra voluntad ni nuestras fuerzas
humanas, sino la gracia de Dios. Vivamos en gracia de Dios y así nuestro
corazón será como el terreno fértil de la parábola, que al escuchar la Palabra
de Dios y al recibirla en la Comunión Eucarística, da frutos al cien, al
sesenta, o al treinta por uno.
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