(Domingo
XVI - TO - Ciclo A – 2020)
“El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró
buena semilla en su campo” (Mt 13, 24-43). Jesús compara al Reino de los
cielos con la figura de un labrador que siembra buena semilla en su campo, pero
viene su enemigo y, aprovechando la noche, siembra cizaña, es decir, semilla
mala e inútil. Para comprender la parábola, es necesario reemplazar los elementos
naturales que en ella aparecen, por elementos celestiales y sobrenaturales,
algo de lo cual hace el mismo Jesús cuando explica la parábola. En efecto,
según la explicación de Jesús, “el que siembra la buena semilla es el Hijo del
Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la
cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo;
la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles”. Según esta breve
y sencilla parábola, en la figura del hombre que siembra la buena semilla y
luego viene el enemigo para sembrar la cizaña, está explicada no sólo la historia
personal de cada ser humano, sino también la historia de toda la humanidad. El hombre
que siembra buena semilla es Jesucristo, el Hombre-Dios, que siembra la semilla
buena de la gracia en el corazón del hombre, desde el momento en que éste es
bautizado y luego cada vez que recibe una gracia habitual o una gracia
sacramental; de esta manera, con la gracia en el alma y en el corazón, el hombre
se convierte en cristiano, en seguidor de Cristo, en hijo adoptivo de Dios, en
ciudadano del Reino de los cielos y en heredero del Reino de Dios y su labor
consistirá, en su historia personal y en el marco de la historia humana, en
contribuir a difundir, entre los hombres, el Reino de Dios. El enemigo del Buen
Sembrador Jesucristo, es el Enemigo de las almas, el Demonio, el Ángel caído, que
siembra la cizaña del pecado en el mismo lugar en el que Jesucristo sembró la
gracia, es decir, en el corazón del hombre y cuando el hombre permite que la
cizaña, que es el pecado, crezca en su corazón, se convierte en aliado de la
Serpiente Antigua, en ciudadano del Infierno y en enemigo de Dios y su tarea es
aliarse al Demonio para tratar de destruir el Reino de Dios. Ahora bien, la
situación no se prolonga indefinidamente: como el mismo Jesús lo dice, esta
situación de siembra de la gracia y de la cizaña, finaliza con el tiempo de la
cosecha, es decir, con el fin del mundo y del tiempo, con la Llegada del Hombre-Dios
como Juez Supremo y Eterno, el cual separará a los hombres buenos, en los que
germinó la gracia y dio frutos de santidad, de los hombres malos y perversos,
aliados del Demonio, en los que germinó el fruto envenenado de la cizaña y el
pecado. Así lo dice el mismo Jesús: “Lo mismo que se arranca la cizaña y se
quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará sus ángeles y
arrancarán de su reino a todos los corruptos y malvados y los arrojarán al
horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los
justos brillarán como el sol en el reino de su padre. El que tenga oídos, que
oiga”. Por último, podemos decir que está afirmado y revelado explícitamente la
existencia tanto de un Reino de Dios, en el que los justos “brillarán como el
sol” debido a la luz de la gloria, como así también está revelada la existencia
del Infierno eterno, el “horno encendido”, en donde los hombres malvados,
atormentados por los demonios y el dolor del fuego infernal, “llorarán y
rechinarán los dientes” a causa del dolor.
“El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró
buena semilla en su campo”. En una breve y sencilla parábola, Nuestro Señor Jesucristo
describe la historia humana y su desenlace más allá del tiempo, en la eternidad,
como así también describe el destino personal de cada uno, el Cielo o el
Infierno, según sea lo que cada uno dejó crece en su corazón, o la gracia o el
pecado. Y esta es una última enseñanza de la parábola: nadie irá al Cielo o al Infierno
sin una razón determinada: cada uno es libre de elegir qué crecerá en su
corazón: si la cizaña del Demonio, o la gracia de Nuestro Señor Jesucristo. En cierto
modo, Jesús nos enseña en la parábola que nuestro destino eterno, Cielo o Infierno,
está en nuestras manos, en nuestro libre albedrío. Elijamos, por supuesto, que
crezca la semilla buena de la gracia para que, al fin del tiempo, los ángeles nos
conduzcan ante la Presencia del Buen Sembrador y Dueño del universo, Cristo
Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario