“Se
puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus
milagros” (Mt 11, 20-24). La razón por la cual Jesús tiene esta actitud
de recriminar a las ciudades en donde había hecho gran cantidad de milagros,
nos la dice el mismo Evangelio: porque “no se habían convertido”. Así lo da a
entender explícitamente Nuestro Señor cuando da la razón de sus reproches: si
en las ciudades paganas se habrían hecho los milagros que se hicieron en Corozaín
y en Betsaida, ya se habrían convertido “hace tiempo”. Es decir, Jesús muestra
su desencanto con estas ciudades porque habiendo sido estas no solo testigos sino
destinatarias directas de los milagros del Hombre-Dios, han demostrado dureza
de corazón y no se han convertido, aun viendo por sí mismas los milagros de
Dios. Jesús les hace ver, en su reproche, que las ciudades paganas en las que
no se hicieron estos milagros, serán tratadas con menos rigor en el Juicio Final,
precisamente porque allí no se hicieron milagros y, si se hubieran hecho, se
habrían convertido.
“Se
puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus
milagros”. No debemos creer que los reproches de Jesús son solo para las
ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm: debemos estar atentos y darnos
cuenta de que en esas ciudades estamos representados los cristianos, quienes hemos
recibido, ya desde el designio divino de recibir el Bautismo y continuando
luego con las gracias incomparables de la Primera Comunión y de la Confirmación,
milagros asombrosos, por los cuales debemos dar cuenta de nuestra conversión. Muy
probablemente, en la actualidad existen paganos que no conocen el cristianismo,
que no han recibido ni siquiera el don del Bautismo y mucho menos la Comunión y
la Confirmación, pero si los hubieran recibido, con toda probabilidad nos superarían
indeciblemente en frutos de santidad. Es por esta razón que debemos tomar los
reproches de Jesús dirigidos a esas ciudades, como dirigidos a nosotros mismos,
a todos y cada uno de los cristianos. En consecuencia, debemos procurar
comenzar a dar frutos de santidad, antes de que sea demasiado tarde.
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