“¿Acaso
no es éste el hijo del carpintero?” (Mt 13, 54-58). La pregunta acerca
de Jesús es la pregunta típica de alguien que lo contempla a la luz, no de la
fe de la Iglesia Católica, sino a la luz de su propia razón. Quien ve a Jesús,
pero no con la fe de la Iglesia Católica, que es un don y una luz del Espíritu
Santo, cae inevitablemente en el racionalismo, es decir, en el negar la condición
divina, de Hijo de Dios encarnado, de Jesús de Nazareth, y de relegarlo, al
mismo tiempo, al “hijo del carpintero”. Para quien no tiene la luz del Espíritu
Santo, Jesús es sólo un profeta más, es sólo un hombre santo más entre tantos,
tal vez uno de los más santos, al cual Dios acompaña con sus milagros. Sin embargo,
esta no es la fe de la Iglesia Católica: según la Iglesia Católica, Jesús, más que
“el hijo del carpintero”, es el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la
Trinidad, que se ha encarnado en una naturaleza humana y se ha sacrificado a Sí
mismo en el altar de la Cruz, para redimir a toda la humanidad. Esta visión de
fe tiene consecuencias, porque si Cristo es Dios, entonces la Eucaristía es Dios,
porque la Eucaristía es el mismo Cristo Dios que está en el Cielo, solo que en
la Eucaristía está oculto por las especies del pan y del vino. La visión
racionalista también tiene sus consecuencias, que son negativas: si Cristo no
es Dios, es decir, si Cristo es sólo “el hijo del carpintero”, entonces la
Eucaristía no es Dios, porque la Eucaristía no es Cristo Dios.
“¿Acaso
no es éste el hijo del carpintero?”. La visión racionalista tiene dos peligros:
por un lado, conduce a una fe que no es la fe católica, puesto que conduce a
creer que Cristo no es Dios y en consecuencia, también la Eucaristía deja de
ser Dios; por otro lado, la visión incrédula, racionalista y negacionista de la
divinidad de Jesús de Nazareth tiene su precio ya que en un alma incrédula Cristo
Dios no puede obrar o si lo hace, lo hace mínimamente, según lo dice el mismo
Evangelio: “No hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos”. Esto quiere
decir que muchas veces no ocurren milagros en nuestras vidas, no a causa de que
Cristo Eucaristía no escucha nuestras peticiones, sino por causa de nuestra
incredulidad.
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