“Vengan
a mí, todos los que están fatigados y agobiados y yo les daré alivio” (Mt 11, 28-30). Jesús llama a todos los
que están “fatigados y agobiados” para que Él les dé alivio. Parece algo
difícil o incluso imposible, el hecho de que Jesús pueda dar alivio, porque Él
mismo está “fatigado y agobiado” en la cruz y lo está al punto de encontrarse
en estado de agonía, a causa de las innumerables heridas sangrantes que cubren
su Sagrado Cuerpo. También si lo contemplamos en la Eucaristía, parecería ser
casi imposible que Jesús nos dé alivio, porque Él está en la Eucaristía y
parece solo estar ahí, sin poder hacer nada más que estar ahí. Ahora bien,
pensar de esta manera es pensar de manera mundana y es no considerar, en
realidad, quién es Jesús y cuál es su verdadero poder. Cuando Jesús dice que
acudan a Él los que están “afligidos y agobiados”, está diciendo que acudan a
Él que está en la Cruz y que está también, en Persona, en la Eucaristía. Aunque
humanamente parecería que Jesús no nos puede auxiliar desde la Cruz y la
Eucaristía, sí puede hacerlo en realidad y puede hacerlo porque Él es Dios. Por
eso, aunque parezca abatido en la Cruz y ausente en la Eucaristía, Jesús puede
darnos alivio en nuestras aflicciones a causa de su omnipotencia divina. Por esto
mismo, acudamos a Jesús crucificado y a Jesús Eucaristía y nos postremos ante
Él, para que, en el silencio de la oración y en lo más profundo de nuestro ser,
sintamos y experimentemos el alivio que Jesús nos concede.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
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