“Se
han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto” (Jn
20, 1-2. 11-18). María Magdalena, la mujer de la cual Jesús había expulsado
siete demonios y a partir de lo cual se había convertido en una ferviente y
devota seguidora suya, va al sepulcro piadosamente el Domingo por la mañana,
para rezar ante la tumba de Jesús. María Magdalena, que amaba a Jesús pero que
se había quedado en los hechos del Viernes Santo y no recordaba la promesa de
Jesús de que habría de resucitar al tercer día, llora delante del sepulcro,
cuya puerta de piedra ha sido removida y el motivo de su llanto es porque
piensa que se han llevado al cuerpo muerto de Jesús y ella no sabe dónde lo han
puesto. Es la respuesta que le da a los ángeles cuando estos le preguntan por
el motivo de su llanto: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo habrán puesto”. María Magdalena está triste y desconsolada porque su
fe no ha trascendido la muerte y el dolor del Viernes Santo y la soledad del
Sábado Santo; su fe no ha trascendido hasta llegar al luminoso día de la Resurrección
del Señor, el Domingo. Precisamente, el día en el que ella debería estar
exultante y radiante por la resurrección de Cristo, se encuentra en cambio
llorando desconsolada porque piensa que sigue muerto, que no ha resucitado y por
añadidura, cree que se han llevado el cuerpo, ya que no está en el sepulcro.
Esta
angustia y este dolor de María Magdalena desaparecerán cuando Jesús en Persona
se le aparezca, vivo, glorioso y resucitado, y sople sobre ella el Espíritu Santo,
para que pueda reconocerlo. En un primer momento, María Magdalena lo confunde
con el encargado del sepulcro, pero cuando Jesús le ilumina su mente y su
corazón con la luz del Espíritu Santo, le dice: “¡Rabboní!”, que significa “Maestro”
y es entonces cuando lo reconoce, llenándose de alegría.
“Se
han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”. Nosotros
no podemos decir, como María Magdalena, que “no sabemos” dónde está el Cuerpo
de Jesús: sabemos que el Cuerpo de Jesús ya no está recostado y muerto en el
sepulcro, sino que su Cuerpo está de pie, vivo y glorioso, en el Cielo y en la Eucaristía.
Y es esta la alegre noticia que debemos comunicar al mundo, no solo que Jesús
ha resucitado, sino que está vivo y glorioso en la Eucaristía.
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