“Cuando
ores y hagas el bien hazlo en secreto y así recibirás la recompensa del Padre”
(Mt 6, 1-6. 16-18). Con estas
indicaciones acerca de la oración y de las buenas obras, Jesús nos advierte
contra la tentación de hacer estas cosas buenas sólo por pura exterioridad,
para ser vistos por los hombres y para ser aplaudidos por ellos. El hombre, por
el pecado original, tiene la tendencia de la presunción y de la soberbia y por
esta razón, si hace alguna obra buena, como el rezar o hacer una obra de
misericordia, busca el aplauso de los demás hombres. Pero haciendo esto, por un
lado, arruina la buena obra realizada, ya que la soberbia y la presunción lo
echan todo a perder; por otra parte, se olvida que a quien debe agradar con las
buenas obras es a Dios y no a los hombres, porque es Dios quien da la verdadera
recompensa, que es su gracia y amor, para toda obra buena.
“Cuando
ores y hagas el bien hazlo en secreto y así recibirás la recompensa del Padre”.
Cuando oremos, no busquemos que los hombres nos vean orar ni tampoco esperemos
ser honrados por ellos ni ser tenidos como buenos; cuando hagamos alguna obra
buena, no hagamos alarde de esa obra buena, porque así arruinamos todo lo que
hayamos hecho. Cuando oremos, nos refugiemos en lo más profundo del corazón, en
el interior de nuestras almas, que es en donde nos ve Dios y Dios responderá
nuestra oración; cuando hagamos obras buenas, las hagamos pero no para que los
demás nos aplaudan y hablen bien de nosotros: hagamos las obras buenas de cara
a Dios, para que sea Dios quien nos recompense, con su gracia y su amor. No busquemos
el aplauso de los hombres: busquemos, con la oración y las obras buenas, la
gracia y el Amor de Dios.
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