“Que
todos sean Uno” (Jn 17, 20-26). Jesús
reza al Padre por las generaciones venideras, por su Iglesia[1],
por todos aquellos que creerán en su palabra por medio de la predicación
apostólica. Lo que Jesús pide es una unión de almas, a imitación de la unión
que existe en la Santísima Trinidad, unión que será para el mundo la prueba de
que Dios está allí. La filiación adoptiva que Jesús ha concedido por medio de
su gracia santificante, incluye de modo especial la unidad semejante a la unión
del Padre y del Hijo, unidad que es lo que constituye la petición central de la
oración.
En
esta petición de Jesús debemos ver dos cosas: por un lado, en qué consiste el
verdadero ecumenismo y, segundo, el carácter marcadamente eucarístico de su
petición. Con relación al ecumenismo, Jesús sienta las bases de cuál ha de ser
el verdadero ecumenismo, para separarlo del falso: el verdadero ecumenismo se
origina y tiene como modelo a la unión que existe en la Santísima Trinidad
entre el Padre y el Hijo, unidos en el Amor del Espíritu Santo. Es decir, el
verdadero ecumenismo es de origen trinitario y trinitario según lo profesa la
Iglesia Católica. Lo cual quiere decir que el verdadero ecumenismo, la
verdadera incorporación a la Iglesia, debe ser sobre la base del Credo trinitario
según lo profesa la Iglesia Católica; no puede haber ecumenismo verdadero sino
se basa en este Credo trinitario, en el que Dios es Uno en naturaleza y Trino
en Personas y en el que la Segunda Persona se encarnó en el seno de María
Virgen por obra del Espíritu Santo. Cualquier ecumenismo que deje de lado estas
verdades no pasa de ser simples conversaciones entre personas de buena voluntad,
pero no el verdadero ecumenismo. En otras palabras: son las iglesias del mundo
las que tienen que convertirse a la Iglesia Católica y no la Iglesia Católica
la que deba “aprender” algo de otras iglesias.
Con
relación al contenido eucarístico de la petición de Jesús –“Que todos sean uno”-
muchos Padres de la Iglesia vieron en esta petición no solo una unión de almas,
sino de cuerpos y esta unión está dada por la comunión con un solo Pan Vivo,
que es la Eucaristía[2].
En efecto, es la Eucaristía la que proporciona la unión no solo de almas, sino
de cuerpos, porque une las almas y los cuerpos de los creyentes en una sola
alma y en un solo cuerpo, el Alma y el Cuerpo de Jesús. Por la comunión en una
sola Eucaristía, se demuestra el Amor que el Padre tiene a la Iglesia: así como
el Amor por el Hijo es Uno, es el Amor del Espíritu Santo, así por la
Eucaristía se demuestra que el Padre ama a la Iglesia como ama a su Hijo, con
el Amor del Espíritu Santo. La oración de Jesús, pidiendo la unión de todos los
creyentes en un solo cuerpo, se concreta entonces en la comunión del Cuerpo
suyo eucarístico, Presente en el Santísimo Sacramento del altar.
[1] Cfr B. Orchard et. al., Verbum
Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Barcelona 1957, Editorial
Herder, 761.
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