“Entrad
por la puerta estrecha” (Mt 7, 6.
12-14). Jesús nos dice que, para entrar en el Reino de los cielos, es necesario
entrar por la “puerta estrecha”, en contraposición con la “puerta ancha” que
conduce a la eterna condenación. Es decir, en la vida terrena, en la que
estamos de paso hacia la vida eterna, hay dos puertas, una estrecha y otra
ancha, a las cuales debemos elegir, indefectiblemente, antes de pasar a la vida eterna. Ahora
bien, nadie nos obliga a ir ni por una ni por la otra, sino que se trata de una
libre elección: puedo elegir libremente cuál de las dos puertas prefiero. Jesús
nos aconseja elegir la puerta estrecha y evitar la puerta ancha, porque la
primera lleva al cielo, mientras que la segunda, al infierno.
“Entrad
por la puerta estrecha”. ¿Cuál es la puerta estrecha? ¿Qué implica esta
elección? La puerta estrecha es la Cruz y su elección implica, como dice Santo
Tomás, elegir todo lo que Cristo eligió en la Cruz y despreciar todo lo que
Cristo despreció en la Cruz. Al contemplar a Cristo crucificado, vemos que
Cristo eligió en primer lugar el sacrificio, ya que dio su vida libremente por
nosotros, por nuestra salvación; al sacrificio se le oponen la holgazanería y
la pereza, por lo que si no combatimos a esta tentación, tanto en el cuerpo
como en el alma –hay una pereza corporal y una espiritual, esta última se llama
“acedia”-, estamos eligiendo la puerta ancha. El otro elemento que encontramos
al contemplar la Cruz es el Amor, porque Cristo se ofreció en sacrificio movido
única y exclusivamente por el Amor a Dios y a los hombres. Este amor implica el
amor a Dios y al prójimo, incluido el enemigo, porque Cristo Jesús nos manda
amar a los enemigos –personales, no a los enemigos de Dios y de la Patria-, de
manera que si elegimos el rencor, el odio o la venganza, estamos eligiendo lo
opuesto al Amor y nuevamente nos dirigimos a la condenación eterna, porque es
más fácil dejarse llevar por el deseo de venganza, que amar al enemigo hasta la
muerte de Cruz, movido por la gracia.
“Entrad
por la puerta estrecha”. La puerta estrecha es, entonces, la Cruz, la Santa Cruz
de Jesús: si la elegimos, elegiremos el yugo de Dios, que es “suave y liviano”,
y así salvaremos nuestras almas.
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