(Ciclo C – 2019)
Jesús
había prometido que enviaría el Espíritu Santo luego de su muerte y resurrección
y cumple con lo prometido, soplando el Espíritu Santo, junto al Padre, sobre la
iglesia, para Pentecostés: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20, 19-23).
¿Cuál
será la función del Espíritu Santo sobre la Iglesia?
Una
de las funciones que cumplirá el Espíritu Santo en la Iglesia será la de ser “Alma
de la Iglesia”, porque obrará en ella dándole vida, luz y calor, así como el
alma hace con el cuerpo humano. Un cuerpo sin alma, no tiene vida, no tiene
luz, no tiene calor: está muerto. Del mismo modo, el Espíritu Santo actuará en
la Iglesia como “Alma de la Iglesia”, dándole la vida de Dios, la luz de Dios,
el calor del Amor de Dios. Una Iglesia sin vida espiritual y sin el calor del
Amor divino del Corazón de Jesús, es una Iglesia sin el Espíritu Santo, así
como una Iglesia oscura, en el sentido de las herejías: una Iglesia hereje,
cismática, desobediente, creadora de novedades, es una Iglesia sin Espíritu Santo.
Otra
función del Espíritu Santo es la anticipada por Jesucristo: “El Espíritu Santo
os enseñará todo y os recordará todo” (Jn 14, 26), es decir, el Espíritu Santo
ejercerá la función de Maestro espiritual y ejercerá la función mnemónica, de memoria
de lo dicho por Jesús. Esta función de Maestro no será la de un maestro
terreno, sino la de un Maestro celestial, porque no sólo recordará y enseñará lo
que Jesús dijo, sino que hará que el alma –y la Iglesia toda- vivan las
palabras de Jesús en el sentido sobrenatural en el que Él las pronunció. Por ejemplo,
no es lo mismo simplemente recordar que Jesús dijo: “Carguen la Cruz de cada
día” y también “amen a sus enemigos”, a efectivamente cargar espiritual y sobrenaturalmente
la Cruz de cada día y también amar sobrenaturalmente a los enemigos.
Otra
función del Espíritu Santo será el hablar a la Iglesia de Jesús: “les hablará
de Mí” (Jn 16, 13). La función
magistral mnemónica del Espíritu Santo en
relación a Jesús es la de hacernos saber y comprender que Jesús no es un hombre
más entre tantos, ni un hombre santo, ni un profeta, ni el más santo entre los
santos: es la de hacernos saber que es Dios Hijo Encarnado, la Segunda Persona
de la Trinidad, que actualiza y prolonga su encarnación en la Eucaristía, de
modo que la función magistral y mnemónica de Jesús es ante todo eucarística: si
Jesús no es Dios Hijo encarnado en el seno virgen de María, entonces la
Eucaristía no es Jesús, Dios Hijo encarnado, que prolonga su encarnación en el
seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico.
Para
que lleguemos a esta conclusión, el Espíritu Santo nos enseñará y nos hará ver que
los milagros que Jesús hizo –multiplicar panes y peces, las pescas milagrosas,
resucitar muertos, expulsar demonios, perdonar pecados- son milagros que solo
pueden ser hechos por Dios en Persona, ya que ningún hombre y ningún ángel
tiene poder para hacer estos milagros: entonces el Espíritu Santo nos hablará
de Jesús diciéndonos que es el Hombre-Dios y que si hizo todos estos milagros,
es para que creamos que Él es Dios, que Él murió en la Cruz para salvarnos y que
subió al cielo y vendrá a buscarnos, al fin de nuestras vidas terrenas, para
llevarnos a las eternas moradas del Padre. El Espíritu Santo nos enseñará lo
que decimos en el Credo, que Jesús es Dios y esto es de capital importancia para
nuestra fe católica y eucarística, porque si verdaderamente Jesús es Dios,
entonces la Eucaristía no es un trocito de pan bendecido, sino que es el mismo
Jesús, Dios Encarnado, que continúa su Encarnación y la prolonga en la
Eucaristía y es por esto que debemos adorar a la Eucaristía, porque la
Eucaristía es Jesús, Dios encarnado y glorificado, oculto en apariencia de pan.
El
Espíritu Santo nos enseña que la Santa Misa es un misterio sobrenatural que
escapa a la comprensión de nuestra razón y que en ella se verifican los
misterios principales de la vida de Jesús, ante todo, su muerte en Cruz –por eso
se consagran por separado el pan y el vino, para significar la separación del
Cuerpo y la Sangre en la Cruz- y por eso se corta un trocito de la Eucaristía
ya consagrada, para significar la reunificación del Cuerpo y la Sangre,
separados por la muerte, pero reunificados por la Resurrección y así lo que
comulgamos no es el Cuerpo muerto de Jesús, sino su Cuerpo vivo, glorioso y
resucitado. El Espíritu Santo nos enseña que en la Santa Misa se renueva de
modo incruento y sacramental el Santo Sacrificio de la Cruz, pero al mismo
tiempo también se renueva y actualiza su gloriosa resurrección y es por eso que
comulgamos no su Cuerpo muerto en la Cruz, sino su Cuerpo glorioso y
resucitado, el mismo Cuerpo glorioso y resucitado del Domingo de Resurrección.
Además,
con el Espíritu Santo viene el perdón de los pecados, perdón que trae en consecuencia
dos efectos: la alegría y la paz de Dios al alma: “a los que perdonen los
pecados, les quedarán perdonados”. Es decir, otra función del Espíritu Santo es
la de dar la alegría de Dios a la Iglesia: no se trata de la alegría boba, sin
sentido, del mundo, o una alegría fundada en motivos humanos: es la alegría que
brota del Ser divino trinitario de Jesús que, en cuanto Dios, es Alegría
infinita y así lo testimonia el Evangelio: “Los discípulos se llenaron de
alegría”. Esta Alegría infinita la comunica Jesús a su Iglesia ante todo en la
Eucaristía, pero esta alegría no es mundana, ni implica el estar riéndose de
todo y por cualquier motivo: es la alegría que sobreviene al alma por poseer al
Espíritu de Dios, que es Alegría infinita en sí mismo y es la Alegría que
sobreviene porque Cristo en la Cruz nos quitó aquello que nos quitaba la unión
con Dios, el pecado, y nos dio la vida divina con su gracia.
Con
la Alegría que nos da el Espíritu Santo, viene también la paz del alma, la paz
que sobreviene porque el pecado fue quitado por la gracia de Cristo y en su lugar
nos dio la vida divina y la paz de Dios, al ser quitado lo que enemistaba al
alma con Dios, el pecado: “La paz esté con ustedes”.
El
Espíritu Santo soplado por Jesús y el Padre en Pentecostés viene sobre la
Iglesia y sobre las almas como “Viento” y como “Fuego”: “(…) estaban todos
reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una
fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.
Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por
separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”
(cfr. Hch 2, 1-11).
Viene
como Fuego de Amor divino para que nuestros corazones, secos, negros, duros y
fríos como el carbón, al contacto con el Espíritu Santo, se conviertan en otras
tantas brasas incandescentes, que ardan al contacto con las llamas del Divino
Amor y viene como Viento para que ese Fuego que enciende nuestros corazones en
el Amor de Dios no se apague, así como el asador debe soplar sobre las brasas
para que éstas no pierdan su incandescencia y no se apaguen. De la misma
manera, el Espíritu Santo viene como Fuego para que los corazones, convertidos
de carbón negro en brasas incandescentes, se mantengan siempre en el Divino
Amor y no decaigan en la caridad y en la misericordia, haciéndolos arder cada
vez más en el Fuego del Divino Amor.
Otra
función del Espíritu Santo es la de santificar las almas, por eso es llamado “Santificador”
y esta función la cumple quitando el pecado y concediendo la gracia
santificante, que nos otorga al mismo tiempo la divina filiación,
convirtiéndonos en hijos adoptivos de Dios, concediéndonos una dignidad más
grande que la de los ángeles, porque el don de la filiación no es meramente
nominal, sino que es la filiación divina con la cual el Hijo de Dios es Dios
Hijo desde toda la eternidad.
Otra
función del Espíritu Santo, ligada a la santidad, es la de convertir nuestras
almas y cuerpos en templos del Espíritu Santo y nuestros corazones en altares y
sagrarios en donde se adore única y exclusivamente a Jesús Eucaristía.
Finalmente,
el Espíritu Santo nos unifica a nosotros, que somos miembros del Cuerpo de
Cristo, en un solo cuerpo y en un solo espíritu con Cristo, así como el alma
unifica a todos los órganos en un solo cuerpo. Esta unificación de los
cristianos en una misma fe y en una misma caridad es señal de que el Espíritu
Santo está en las almas. Como dice Jesús, Él envía el Espíritu Santo para que
los cristianos seamos “uno en el Amor, como Él y el Padre son uno en el Amor”,
en el Espíritu Santo: “Que sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el
Amor con que me amaste esté en ellos” (cfr. Jn
17, 20-26). Este permanecer en la unidad como signo de la Presencia del
Espíritu Santo se verá en todo tiempo, pero de modo especial en los últimos
tiempos, antes de que Jesús vuelva en su gloria y es una unión en el Amor de
Dios, porque es una unión en el Espíritu Santo, que es Amor. Jesús pide que
todos seamos “uno”, pero unos como “Él y el Padre son uno” y Él y el Padre son
uno en el Amor, ya que es el Espíritu Santo el que los une a ambos. Si alguien
en la Iglesia no tiene amor por los hermanos, ése tal no tiene el Espíritu de
Dios con él. Jesús y el Padre están unidos en el Espíritu Santo, en el Amor y
es en ése Amor en el que se tiene que dar la unidad de los cristianos: “Que
sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté
en ellos”.
Es
para que los cristianos estemos unidos en el Amor de Cristo es que Jesús envía
el Espíritu Santo en Pentecostés, de modo que los cristianos, que formamos su
Cuerpo Místico, estemos unidos por su Espíritu en su Cuerpo y formemos una
unidad en el Amor.
“Que
sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté
en ellos”. Esta unidad en el Amor se realiza de modo perfecto por medio de la
Eucaristía, porque al comulgar la Eucaristía, el alma recibe la efusión del
Espíritu por Jesús, y es por eso que se puede decir que cada comunión
eucarística es un “mini-Pentecostés”, porque Jesús sopla su Espíritu sobre el
alma que comulga –cumpliéndose el pedido de Jesús: “el Amor con que me amaste,
el Espíritu Santo, esté en ellos”-, y así son unidos los cristianos en el Amor
al Padre, al recibir el Cuerpo Sacramentado de Jesús.
Por estos motivos es que Jesús envía al Espíritu Santo en
Pentecostés, el principal de todos, para que los católicos vivamos unidos al
Cuerpo de Cristo por un mismo Espíritu, el Espíritu Santo, el Amor de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario