“El
que mira a una mujer casada deseándola, ya comete adulterio” (Mt 5, 27-32). La advertencia de Jesús
nos da una idea cabal de la severidad de la Nueva Ley de la gracia que Él ha
venido a instaurar. Ya no basta con simplemente con cometer físicamente el adulterio:
ahora, quien simplemente mira a otra mujer con deseos impuros, ya ha cometido
adulterio en su corazón. Esto se debe al hecho de que, por la gracia, el alma
del justo se encuentra delante de Dios, así como los bienaventurados se
encuentran delante de Dios en el cielo. Y así como nadie impuro puede subsistir
delante de Dios en los cielos, así también en la tierra, cualquiera que tenga
aunque sea pensamientos impuros, aun sin llevarlos a cabo, no puede subsistir
ante la Presencia de Dios. Por la gracia, el alma del justo -es decir, de aquel
que todavía no está en el Reino de los cielos- se encuentra en una posición
análoga a la que se encuentran los bienaventurados en el cielo: se encuentran
delante de Dios, que es Espíritu Purísimo y ante el cual la más mínima
imperfección resalta en toda su fealdad, poniendo en evidencia a su autor.
“El
que mira a una mujer casada deseándola ya comete adulterio”. La advertencia de
Jesús para este mandamiento particular se extiende para todos los mandamientos
y esto es para que nos demos cuenta de
cuán exigente es la Nueva Ley de la gracia traída por Jesús. Ya no basta con no
solo no cometer los pecados físicamente, concretamente: quien los desea en su
corazón, ya los ha cometido y por lo tanto, si no ha habido lucha contra este
mal deseo, debe acudir prontamente a la Fuente de la Misericordia, el
Sacramento de la Confesión Sacramental. Sólo así el alma será digna, por la
gracia, de estar ante la Presencia de Dios Uno y Trino.
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