“Mi mandamiento es que os améis los unos a los otros
como Yo os he amado” (cfr. Jn 15, 12-17). Jesús da un nuevo mandamiento,
el amor de sus discípulos entre sí. Se podría objetar la novedad, en el sentido
de que este mandamiento ya existía, en cierto modo, en el Antiguo Testamento,
puesto que se mandaba al amor mutuo entre aquellos que constituían el Pueblo
Elegido, además de amar a Dios por sobre todas las cosas. En efecto, el Primer
Mandamiento dice: “Amar a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como
a uno mismo”.
Ahora bien, hay dos diferencias en el mandato de
Jesús, que lo hace verdaderamente nuevo. Una diferencia es con relación al
concepto de “prójimo”: para los judíos, el “prójimo” era solamente aquel que
compartía la misma religión -la religión judía- y también la raza -la raza hebrea-.
La diferencia del concepto de “prójimo” para el cristianismo es distinta porque
no se limita a la raza y tampoco a la religión y así es “prójimo” todo ser
humano.
La otra diferencia es el amor con el cual hay que amar
al prójimo -y, por supuesto, a Dios-: el amor con el que el integrante del
Pueblo Elegido debía amar a su prójimo y a Dios, era el amor meramente humano,
un amor que es bueno en sí mismo, pero es limitado, porque, entre otras cosas,
se deja llevar por las apariencias. En el caso del cristianismo, el amor para amar
a Dios y al prójimo y a sí mismo, no es el amor humano, sino el amor de Cristo:
“Ámense unos a otros, como Yo os he amado” y Él nos ha amado con su Amor, que
es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. El cristiano debe amar a Dios, al
prójimo y a sí mismo con el amor con el que Cristo nos amó, el Divino Amor, el
Espíritu Santo.
Otra diferencia del mandato de Cristo es que Cristo
nos amó hasta la muerte de cruz y es así como Cristo nos manda amarnos como
cristianos: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado” y Cristo nos ha
amado con el Divino Amor, el Amor de su Sagrado Corazón, el Amor que brota del
Ser divino trinitario y es comunicado por el Padre y el Hijo a través de la Sangre
de Cristo derramada en la cruz y cada vez en los Santos Sacramentos.
Por estas razones, el mandamiento de Cristo es
completamente nuevo.
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