“Padre, glorifica a tu Hijo” (Jn 17, 1-11). En la
Última Cena, Jesús ora al Padre por sí mismo, pidiéndole que “lo glorifique”. Se
trata de un pedido de glorificación para su Humanidad Santísima, puesto que Él
en cuanto Dios Hijo, en cuanto Persona Segunda de la Trinidad, ya posee la
gloria divina desde toda la eternidad, comunicada por el Padre desde toda la
eternidad. Ahora pide la glorificación de su Humanidad, Humanidad que está
unida a su Persona divina y que es Purísima, Inmaculada, castísima. Y el Padre
le concederá lo que Jesús le pide, porque glorificará a su Humanidad, aunque no
antes de haber pasado por la Pasión y Muerte en el Calvario. La Humanidad de
Cristo será glorificada plenamente, el Domingo de Resurrección, pero luego de
haber pasado por los dolores excruciantes de la Pasión y de la Crucifixión.
Y esa gloria que Jesús ganará al precio de su Sangre Preciosísima
derramada en la Cruz, será la que comunicará a su Iglesia, a través de los
Sacramentos. Quien reciba los Sacramentos recibirá la gracia santificante en
esta vida y la gloria divina en la vida eterna.
Penosamente, la inmensa mayoría de los católicos
desprecia y deja de lado, por considerarlos inútiles y fuera de época, a los
Sacramentos de la Iglesia Católica, sin darse cuenta de que contienen en germen
la gloria de la divinidad, la gloria de la Trinidad, obtenida para nosotros por
pura misericordia por parte de Jesucristo. Muchos se darán cuenta del error -quiera Dios que se den cuenta a tiempo- que
cometieron al despreciar los Sacramentos, porque de esta manera se cierran a sí
mismos la Puerta del Reino de los cielos, abierta para nosotros por la Sangre
del Cordero derramada en la Cruz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario