“Vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn 16,
16-20). Jesús les anticipa a sus discípulos, en la Última Cena, lo que sucederá
luego de su muerte en la cruz el Viernes Santo, en el Calvario: ellos se entristecerán
-además se acobardarán-, porque la experiencia de ver a Jesús flagelado,
coronado de espinas, cargando la cruz en el Via Crucis y finalmente, muerto en
la cruz y sepultado, provocará en ellos un gran dolor y una gran tristeza,
además de miedo a los judíos y todo esto sucederá porque al ver a Jesús muerto,
no darán crédito a lo que Jesús les había dicho, acerca de que Él iba a
resucitar al tercer día. A la tristeza de los Apóstoles, de la Iglesia
Naciente, se contrapone la alegría del mundo, porque los que crucificaron a
Jesús creerán haber hecho bien, creerán haber hecho justicia, cuando en
realidad cometieron una gran injusticia y un gran mal, pero el mundo se alegra
en la injusticia y en el mal. Esta situación se revertirá cuando Jesús resucitado
se aparezca a sus discípulos, lleno de la gloria, de la vida, de la luz y de la
alegría de Dios: “Vuestra tristeza se convertirá en alegría”. Y de hecho, la
primera reacción de los discípulos, al reconocer a Jesús resucitado por la luz
del Espíritu Santo, es la de la alegría; todos los Evangelios coinciden en esta
reacción de alegría entre los discípulos, al darse cuenta que su Maestro, que
había muerto en la cruz el Viernes Santo, ahora ha resucitado, el Domingo de
Resurrección y está vivo y vive para siempre y ya no muere más. Los discípulos
se alegran, pero no con la alegría humana, sino con la alegría que les comunica
Jesús, porque Jesús, en cuanto Dios, es “Alegría Infinita”, como dice Santa
Teresa de los Andes y es esa Alegría la que Jesús da a sus discípulos.
“Vuestra tristeza se convertirá en alegría”. Las tribulaciones
del mundo, de un mundo que se muestra cada vez más antihumano y anticristiano,
pueden hacer que perdamos la alegría, por eso es necesario que acudamos ante
Jesús Eucaristía, que nos postremos ante Él en el sagrario y le pidamos, no que
nos quite la cruz, sino que nos conceda su Alegría, la Alegría de su Sagrado
Corazón, la Alegría de Dios y así nuestra tristeza se convertirá en alegría.
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