“Nadie os quitará vuestra alegría” (Jn 16, 20-23ª). La muerte
de Jesús en la cruz provocará a los Apóstoles y a los discípulos una gran tristeza,
pero luego esa tristeza se convertirá en alegría, cuando vean a Jesús
resucitado. El motivo por el cual nadie les quitará la alegría, como les
asegura Jesús, es que la alegría que experimentarán los Apóstoles y discípulos
no es una alegría que se origine en el ser humano ni en causas humanas o
naturales: la alegría será la Alegría que posee el Sagrado Corazón de Jesús,
que por ser la Alegría de Dios, es una alegría “infinita” -como dice Santa
Teresa de los Andes, Dios es Alegría Infinita-, es una alegría desconocida para
el corazón humano, es una alegría profunda, espiritual, sobrenatural,
celestial, precisamente, porque brota del Acto de Ser divino trinitario del
Corazón de Jesús.
Puede suceder y sucede a menudo, que las penas, dolores,
tribulaciones, fatigas, desilusiones, de esta vida terrena, provoquen en nosotros
la pérdida de la alegría. Puede suceder también que busquemos recuperar la
alegría, pero en cosas humanas o terrenas, que pueden darnos una alegría, pero
que por el hecho de ser humana y terrena, será una alegría pasajera. Si queremos
vivir la vida terrena en el seguimiento de Jesús por el Camino Real de la Cruz
y si queremos vivir con la Alegría de Jesús resucitado, que es la Alegría de
Dios, entonces no la busquemos allí donde no la encontraremos, es decir, no busquemos
la alegría en el mundo, y mucho menos la alegría maligna del pecado: busquemos
la Alegría del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y para eso, recibamos la
gracia del Sacramento de la Penitencia y postrémonos en adoración ante la Presencia
Eucarística de Jesús, para luego recibirlo con fe, con piedad, con devoción y
con amor, en la Sagrada Comunión. Así, aun en medio de las tribulaciones, dolores
y penas de esta vida terrena, tendremos la Alegría de Jesús y nadie nos la
quitará.
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