(Ciclo
A - 2023)
“Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se
los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn 20,
19-23). En cumplimiento de sus promesas: “Os conviene que Yo me vaya, porque si
no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes” (Jn 16, 7), Jesús
resucitado se aparece a sus discípulos y les dona el Espíritu Santo.
El
Espíritu Santo donado por Cristo en unión con el Padre, ejercerá diversos efectos
en la Iglesia. Algunos de esos efectos, obras del Espíritu serán los
siguientes:
El
Espíritu Santo obrará sobre la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, como el alma
de ese cuerpo, de manera que, así como el alma en el hombre le da vida al
cuerpo, así el Espíritu Santo le dará vida a la Iglesia, pero no una vida
natural, sino una vida divina, sobrenatural, celestial, porque será la vida
misma de la Trinidad. Así, el Espíritu Santo será el “Alma” de la Iglesia, Alma
que es Amor Eterno y Verdad Increada
El
Espíritu Santo, que es el Divino Amor, que une en el Amor al Padre y al Hijo en
la eternidad, unirá a los miembros de Cristo también en el Amor: primero los
unirá al Padre, en el Hijo y luego los unirá entre sí, de manera tal que el distintivo
de los integrantes de la Iglesia de Cristo será el Amor, pero no el amor humano
ni angélico, no será un amor creatural, sino el Divino Amor, el Amor del Padre
y del Hijo, el Espíritu Santo, de manera tal que los verdaderos discípulos de
Cristo se reconocerán por este amor mutuo que los une, el Amor de Dios, el
Espíritu Santo: “Mirad cómo se aman”, dirá el mundo. un alma, porque el Amor de
Dios será el alma de la Iglesia.
El
Espíritu Santo obrará de forma pedagógica y catequética en los bautizados,
concediéndoles un conocimiento y amor de Cristo imposibles de alcanzar con las
fuerzas de la naturaleza humana o angélica, en cumplimiento de las promesas de
Cristo: “Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él les
enseñará y les recordará todo lo que les he dicho” (Jn 14, 26).
El
Espíritu Santo ejercerá una doble función, de “enseñanza” y de “recuerdo”, esto
es, pedagógica y mnemónica, pero no será una mera elevación de las funciones
naturales del hombre, puesto que el Espíritu Santo “enseñará” y “hará recordar”
mediante la luz divina trinitaria, lo cual quiere decir que hará aprehender los
misterios sobrenaturales absolutos tanto de Dios como Uno y Trino, como del Verbo,
la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús
de Nazareth, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y esto es lo que
distinguirá a quienes posean el Espíritu de Dios: quienes adoren a Cristo Eucaristía.
Quien no posea el Espíritu de Dios, no podrá reconocer a Cristo, Dios Hijo
encarnado, Presente en Persona en la Eucaristía y se separará de la Iglesia,
tal como le sucedió a Lutero.
El
Espíritu Santo les recordará que Jesús les había prometido “quedarse con ellos
todos los días hasta el fin del mundo” y les hará comprender que ese “quedarse
con ellos” es mediante el Sacramento de la Eucaristía, permanencia que se hace
posible mediante el sacerdocio ministerial, mediante el cual se perpetúa
incruenta y sacramentalmente el Santo Sacrificio del Calvario. Mediante la luz
del Espíritu Santo, los bautizados serán capaces de contemplar, con la luz de
la fe, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, la
Sagrada Eucaristía.
El
Espíritu Santo iluminará las mentes y los corazones de los bautizados y así
estos podrán comprender que por la gracia santificante recibida en el Bautismo,
sus cuerpos han sido convertidos en templos del Espíritu Santo y sus corazones
en sagrarios de Jesús Eucaristía, por lo cual tendrán gran estima por la pureza
del cuerpo y del alma, para no contaminar con impurezas lo que está destinado a
albergar al Rey de los cielos y al Divino Amor.
El
Espíritu Santo también hará comprender le misterio del Sacramento de la
confesión, mediante el cual la Sangre del Cordero de Dios cae sobre el alma
quitando los pecados y dejándola resplandeciente con la luz de la gracia
divina.
El Espíritu Santo permitirá que los discípulos aprecien el valor inestimable de la gracia santificante, la cual deja al alma con la pureza y la santidad divinas y así comprenderán porqué los santos y los mártires prefirieron “morir antes que pecar”.
El Espíritu Santo permitirá a los bautizados darse cuenta del inmenso poder destructivo del pecado y cómo el pecado, una vez cometido, no se “disuelve” en el aire, sino que impacta directamente sobre la Humanidad Santísima del Señor Jesús, de manera que el bautizado comprenderá que sus pecados personales son los que cubrieron de heridas sangrantes a Nuestro Señor Jesucristo y que, en el misterio de la salvación, este impacto del pecado, sobre todo el pecado mortal, impacta sobre la Humanidad del Señor. El Espíritu Santo hará comprender que el pecado, cualquiera que este sea, aun cuando es indoloro e insensible para quien lo comete, este pecado se traduce en flagelaciones, golpes de puño, patadas, luxaciones, heridas abiertas y sangrantes sobre Jesús; al mismo tiempo, el Espíritu Santo suscitará el arrepentimiento perfecto del corazón, que es la contrición del corazón, arrepentimiento que abre las Puertas del Cielo y cierra las Puertas del Infierno y así convertirá la dureza del corazón del hombre sin Dios, en un corazón que viva con la vida divina y que sirva como trono y sagrario viviente para el Rey de los cielos, Jesús Eucaristía.
El Espíritu Santo iluminará las mentes y corazones para que los bautizados comprendan que la Santa Misa no es una ceremonia litúrgica “aburrida” que para que sea “divertida” se le deben agregar elementos absurdos, ridículos y sacrílegos, como suele suceder, sino que es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio del altar, por lo que el bautizado comprenderá que debe asistir a Misa con la disposición espiritual de la Virgen al pie de la cruz y de San Juan Evangelista también al pie de la cruz, en el momento de la crucifixión.
Por
último, el Espíritu Santo enseñará a los discípulos de Cristo a comulgar, puesto
que comulgar no es hacer fila para recibir un pan bendecido en una ceremonia
religiosa: comulgar es postrarse ante el Hombre-Dios Jesucristo, el Cordero de
Dios, que viene a nosotros oculto en apariencia de pan; comulgar es abrir las
puertas del corazón, contrito y humillado, purificado por la gracia
santificante, para que el Rey de los cielos, Jesús Eucaristía, convierta el
corazón del bautizado en su sagrario en la tierra.
“Reciban
el Espíritu Santo”. En cada Eucaristía, Jesús, junto al Padre, nos donan,
insensiblemente, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, el
Divino Amor y por esto, cada Comunión Eucarística es un pequeño Pentecostés
para el alma que, purificada por la gracia, recibe el don del Espíritu Santo, Fuego
del Divino Amor, Verdad Increada, Sabiduría Divina, Santificador de los
hombres.
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