“Si no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo” (Jn
16, 5-11). Después de anunciarles proféticamente acerca de su paso de este
mundo al otro, es decir, acerca de su muerte en la cruz, Jesús se da cuenta de
la enorme angustia y temor que experimentan sus Apóstoles. Por esta razón, les
habla de la utilidad o conveniencia de que Él se vaya, porque su muerte en cruz
es la condición necesaria para el envío -de parte del Padre y de Jesús- y del
advenimiento -en Pentecostés- del Espíritu Santo.
Los beneficios de esta venida se pueden resumir en estos
tres: el testimonio de la divinidad de Cristo y del Espíritu Santo, con lo cual
quedará confirmada la revelación de Jesús acerca de la Trinidad de Personas en
un Único Dios; la abundancia de sus efusiones de gracia; y por último, la
espiritualización del amor de los apóstoles hacia Jesús.
El Espíritu Santo acusará al mundo y lo hará responsable
de agravio en tres puntos: de pecado, de justicia y de juicio. De pecado,
porque el mundo pensaba que Jesús era culpable y él inocente; de justicia,
porque creía que la justicia estaba de su parte y de juicio, porque el mundo así
juzgaba que no tenía que ser condenado por nada. El Espíritu Santo mostrará que
todas estas suposiciones son falsas. En primer lugar, el Espíritu Santo dará
claro testimonio de la divinidad de Jesús, haciéndoles comprender, con su luz
eterna, que Jesús es Dios, que Jesús es el Mesías y que es Dios Hijo; de esta
manera, los judíos se darán cuenta de que cometieron el pecado de incredulidad,
cometiendo un pecado contra la Luz Eterna, Cristo Jesús, al condenarlo a
muerte. En Pentecostés, tres mil judíos reconocieron a Jesús como Dios. En segundo
lugar, el Espíritu atestiguará que no es un delincuente el que fue crucificado
y subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios. Cuando prediquen los
Apóstoles, abunden los carismas y crezca la Iglesia, aparecerá claro que la
justicia y la santidad pertenecían a Jesús y no a los judíos que lo condenaron
a muerte como si fuera un bandido. En tercer lugar, se verá claro que la
batalla entre Cristo y el príncipe de este mundo, no es Cristo el que ha
sucumbido al juicio adverso, sino que Satanás ha sido herido con una sentencia
de condenación y ha sido arrojado fuera de la Presencia de Dios para siempre. La
destrucción de la idolatría y la expulsión de los demonios de los poseídos serán
prueba de esto.
Ahora bien, el Espíritu Santo continúa actuando en la Iglesia:
con su luz divina ilumina las mentes y los corazones para que reconozcan los
pecados cometidos contra Jesús Eucaristía; ilumina las mentes y los corazones
para que Jesús Eucaristía reciba el trato digno que merece como Dios que es, y
no como si fuera un simple pan bendecido; por último, ilumina las mentes y los corazones
para que los cristianos se aparten de Satanás y de sus ídolos -Gauchito Gil,
Difunta Correa, San La Muerte- y en cambio adoren a Cristo Dios, Presente en
Persona en la Eucaristía.
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