Un
escriba le pregunta a Jesús cuál es el “primer mandamiento”, es decir, cuál es
el más importante y Jesús le responde que es “amar a Dios con todas las fuerzas
y al prójimo como a uno mismo” (Mc
12, 28b-34). El escriba asiente a la respuesta de Jesús y Jesús le dice que “no
está lejos del Reino de los cielos”, pues ha comprendido cuál es el primer mandamiento
y el más importante. Es decir, Jesús responde, a un judío, diciéndole que el
mandamiento más importante de su religión es a la vez el mandamiento más
importante de nuestra religión, puesto que la formulación para los cristianos es
la misma: “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”.
La
pregunta, entonces, surge de modo inmediato: ¿los cristianos y los judíos
tenemos el mismo mandamiento? La pregunta es de mucha importancia, porque si es
afirmativa, eso indicaría que nuestras religiones están muy próximas entre sí,
al punto de decirse que ambas religiones, en algunos puntos, son la misma cosa.
La
respuesta a esta pregunta es negativa y la razón es que, aunque la formulación
del primer mandamiento sea la misma en ambas religiones, son mandamientos
distintos. Es decir, aunque están formulados de igual manera, los mandamientos
son distintos y la razón es la cualidad del amor con el que se manda amar a
Dios en la ley mosaica y en la ley de Jesús. Es decir, la diferencia con el
mandamiento de la ley mosaica, aunque la formulación sea la misma, es la
cualidad del amor con el que manda amar Jesús: antes, en la ley mosaica, se
mandaba amar con las solas fuerzas del solo amor humano: “amar a Dios con todo
tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”; ahora, con
la ley de Jesús, el mandamiento se cumple con otro amor, que no es el amor
humano, sino el amor con el que Él nos ha amado: “Ámense los unos a los otros
como Yo los he amado” (Jn 13, 34) y
ese amor es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Entonces, los cristianos
debemos amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos, al igual que los
judíos, pero no con nuestro solo amor humano, sino con el Amor de Dios, el
Espíritu Santo. Esta es la razón por la cual no somos judíos y por eso mismo no
podemos amar como en el Antiguo Testamento: tenemos que amar a Dios y al
prójimo con la fuerza de un amor nuevo, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
Ahora bien, puesto que no lo tenemos al Espíritu Santo, lo debemos pedir, y que
Dios nos dé el Espíritu Santo es algo que está garantizado por las palabras de
Jesús: “Mi Padre dará el Espíritu Santo al que se lo pida” (Lc 11, 13). Para poder cumplir el
mandamiento más importante de la Ley de
Jesús, es necesario entonces pedir el Espíritu Santo, Espíritu de Amor que, por
otra parte, se nos da en cada comunión eucarística.
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