“Un
hombre rico se condenó (…) un hombre pobre se salvó” (Lc 16, 19-31). Una interpretación demasiado terrena, materialista y
socialista de este evangelio, ajena en un todo a la Tradición y el Magisterio,
llevaría a una conclusión errónea: el hombre rico se condena por su riqueza,
mientras que el pobre se salva por su pobreza. Esa no es la interpretación ni
de la Tradición ni del Magisterio de la Iglesia en relación a este pasaje. Por otra
parte, una lectura de este tipo, en clave marxista, llevaría a un
enfrentamiento de clases y a un estereotipo social que nada tiene que ver con
la Iglesia, sino con ideologías de tipo marxistas, comunistas y socialistas:
los ricos son malos y por eso se condenan, mientras que los pobres son buenos y
por eso se salvan.
Como
dijimos, no hay nada más alejado de la realidad que esta interpretación atea,
agnóstica y materialista.
En
el caso del rico, se condena no por sus riquezas en sí, sino por haber usado de
estas riquezas en forma egoísta. De hecho, ha habido en la Iglesia numerosos
casos de santos que se han santificado con sus riquezas, sin hacer abandono de
ellas, pero sí usándolas en bien del prójimo más necesitado. Un claro ejemplo es
Pier Giorgio Frassatti, hijo del dueño de uno de los periódicos más antiguos de
Italia y heredero de una inmensa fortuna. Pier Giorgio jamás renunció
formalmente a su herencia, pero sí se quedaba con sus bolsillos vacíos porque todo
el dinero que llevaba consigo, que era bastante, lo daba en limosna. Por otra
parte, hay indicios de que un pobre como Judas Iscariote, se haya condenado:
era pobre, pero avariento, pues vendió a Nuestro Señor por treinta monedas de
plata. En el caso del pobre de la parábola, se salva no por ser pobre, sino
porque sobrelleva su pobreza con resignación cristiana, sin quejarse de su
pobreza, de su enfermedad y de la suerte que le tocó vivir, sin quejarse contra
Dios y sufriendo en silencio y con humildad sus enfermedades y tribulaciones. Fue
esta santa paciencia en la tribulación y la enfermedad lo que lo llevó al
cielo, y no su pobreza, porque se puede ser pobre y con un corazón codicioso,
como en el caso de Judas Iscariote.
“Un
hombre rico se condenó (…) un hombre pobre se salvó”. Si queremos salvarnos,
tenemos que usar nuestras riquezas, en el caso de que seamos ricos,
compartiéndolas con los más necesitados; si somos pobres, debemos sufrir lo que
la pobreza conlleva, con santa paciencia y humildad. Sólo así llegaremos al
Reino de los cielos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario