“Pidan
y se les dará” (Mt 7, 7-12). Jesús
nos anima no solo a llamar a Dios “Padre”, como en la oración del Padre Nuestro[1],
sino que nos anima a “pedir”, a “buscar”, a “llamar”, a las puertas del corazón
del Padre: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá,
porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre”. Para que nos demos cuenta de cuán
grande es la bondad de Dios, que nos dará lo que le pidamos, hace una
comparación entre un padre terreno y su hijo: si el hijo le pide pan, el padre
no va a ser tan malo de darle una piedra y si le pide pescado, no le dará una
serpiente: finaliza Jesús el ejemplo diciendo que si nosotros que “somos malos”
en razón del pecado original, damos cosas buenas, cuánto más el Padre “dará
cosas buenas a los que se las pidan”.
Entonces,
la cuestión radicará en qué cosas pedir, si estamos seguros de que Dios nos
dará lo que le pidamos. Ante todo, hay que tener en cuenta que Dios nos dará
sólo lo que sea bueno y verdadero y, sobre todo, necesario y conveniente para
la salvación de nuestras almas y las de nuestros seres queridos. Muchos, si
interpretan equivocadamente este pasaje, pueden pensar que Dios los puede
colmar de bienes materiales y de riquezas terrenas. Dios puede hacerlo, pero no
siempre eso es una bendición ni tampoco es necesario para nuestras almas, de
modo que debemos pedir lo que Dios quiera darnos y que sea conveniente para la
nuestra salvación.
En
otro pasaje y en referencia al pedido que hacemos a Dios, la Escritura nos dice
que “no sabemos pedir lo que conviene”[2] y es
precisamente por esto, porque nuestra mira espiritual es muy corta o
inexistente y pedimos cosas que no nos convienen para la salvación. En este
mismo sentido, Jesús nos anima a pedir algo que ni siquiera podríamos
imaginarnos que podríamos recibir, y es el Espíritu Santo: “El Padre dará el
Espíritu Santo al que lo pida en mi Nombre”[3].
“Pidan
y se les dará”. Pidamos entonces lo que conviene a nuestra salvación: el Pan de
Vida eterna y la Carne del Cordero de Dios y con ambos, nos vendrá algo que es
un don inimaginable de parte de Dios: su Amor Divino, el Espíritu Santo. No
pidamos, entonces, otra cosa, que no sea la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del
cielo y la Carne del Cordero de Dios, que contiene al Amor de Dios, el Espíritu
Santo.
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