¿Qué simbolizan las
cenizas? ¿Qué mensaje nos deja nuestra Santa Madre Iglesia con esta ceremonia?
Para saberlo, repasemos la ceremonia en sí: el sacerdote traza en la frente del
fiel una cruz, mientras dice: “Recuerda que eres polvo y en polvo te
convertirás”. En esta frase ya hay una primera explicación acerca del
significado sobrenatural de la ceremonia del Miércoles de Cenizas: “Recuerda
que eres polvo y en polvo y en polvo te convertirás”. Es como decir: recuerda
que eres nada y en nada te convertirás, o también: recuerda que estás destinado
a convertirte en polvo, porque estás destinado a la muerte. Las cenizas nos
recuerdan entonces que somos eso: ceniza, polvo, barro, nada. Ahora bien, si
nos quedáramos sólo en este significado, la ceremonia sería algo lúgubre que
solo provocaría tristeza y desánimo, porque nos está recordando el destino
inevitable al que todos, sean cuales sean nuestras condiciones existenciales
–ricos, pobres, negros, blancos, etc.-, nos dirigimos, porque todos estamos destinados a la muerte ya que somos pecadores y el pecado trae como consecuencia la muerte. Es decir,
si el rito finalizara aquí, nos diría: “Recuerda que eres nada más pecado y que
estás destinado a la muerte”. Si nos quedáramos sólo en esta parte de la
ceremonia, sería un rito que nos provocaría pesar y no nos daría ninguna
esperanza ni tampoco nos dejaría mucho ánimo para seguir adelante. En efecto,
lo único que haría sería recordarnos algo que ya sabemos: que somos nada más
pecado y que en consecuencia nuestro inevitable destino es la muerte.
Sin embargo, el rito del Miércoles de Cenizas dista mucho de ser una ceremonia
lúgubre y, lejos de dejarnos sin esperanza, nos recuerda el destino de grandeza
y eternidad al que estamos llamados. Es decir, a pesar de recordarnos que somos
nada y que estamos destinados a la muerte, es una ceremonia que deja en el alma
una luz de esperanza y de alegría y la razón radica en lo que el sacerdote hace
al mismo tiempo que nos recuerda nuestra nada: traza sobre la frente, con las
cenizas, la señal de la Santa Cruz. Es aquí en donde radica nuestra esperanza y
es aquí en donde la ceremonia alcanza su pleno significado, porque la Cruz de
Cristo es lo que cambia radicalmente nuestro destino. Si es verdad que por el
pecado estamos destinados a la muerte y que somos nada más pecado, por la Cruz
de Cristo nuestra condición cambia substancialmente: ya no estamos destinados a
la muerte terrena, sino a la vida eterna; por la Cruz, tenemos la posibilidad
de no ser ya más nada más pecado, sino ser hijos de Dios por la gracia. La
razón es que por la Cruz Cristo venció a la muerte y nos dio la vida eterna y
es esto lo que el sacerdote nos recuerda cuando traza la sacrosanta señal de la
Cruz en nuestra frente. Es aquí entonces en donde nuestro destino de muerte se
convierte en destino de vida y de vida eterna, es decir, afirmar que estamos
destinados a la vida no quiere decir que vamos a vivir más tiempo en la tierra,
sino que por la Cruz adquirimos un destino que antes no teníamos, un destino de
eternidad, de vida eterna y de feliz eternidad, en el Reino de los cielos.
Por la cruz, a la luz:
si es verdad que esta vida es caduca, también es verdad que la vida que nos
ganó Jesucristo con su Cruz es vida eterna y es una vida que podemos comenzar a
vivirla ya en esta tierra, por medio de la gracia. La viviremos en su plenitud
luego de nuestra muerte terrena, pero desde ahora, desde esta vida caduca y
destinada a la muerte, podemos empezar a vivir la vida nueva de la gracia, la
vida de los hijos de Dios. Esta vida nueva se caracteriza por ser distinta a la
vida del hombre viejo –el hombre que es nada más pecado y que está destinado a
la muerte- y la Cuaresma es el tiempo propicio para dar inicio a esta vida
nueva, que se caracteriza por la oración, el ayuno –corporal, pero sobre todo,
de obras malas-, la penitencia, la misericordia. Esta vida nueva, vivida desde
esta vida, refleja la esperanza en la vida eterna. Si oramos, si hacemos ayuno
y penitencia y si obramos la misericordia, es porque esperamos vivir una nueva
vida, la vida eterna, la vida en el Reino de los cielos.
La ceremonia con la
cual la Santa Madre Iglesia inicia el tiempo de Cuaresma es, entonces, una
ceremonia que le recuerda al alma que, a pesar de estar destinada a la muerte
por el pecado, puesto que el pecado ha sido derrotado y vencido por Cristo en
la Cruz y que por esta misma Cruz nos viene la vida nueva de la gracia, el
destino de muerte ha sido cambiado en destino de vida y de vida eterna.
Entonces, si bien nos recuerda nuestra caducidad, la ceremonia del Miércoles de
Cenizas nos recuerda, al mismo tiempo, que estamos llamados a la vida eterna,
vida que comenzará en su plenitud cuando nuestro cuerpo sea reducido a polvo.
Lejos de ser una ceremonia lúgubre, es una ceremonia plena de serena y
celestial alegría.
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