“Si
vuestra justicia no es superior a la de los fariseos, no entraréis en el Reino
de los cielos” (Mt 5, 5-26). Jesús advierte
que el cristiano debe ser más justo –es decir, más compasivo, más
misericordioso y también más justo propiamente dicho- que los escribas y
fariseos; de lo contrario, no entrará en el Reino de los cielos. Lo que sucede
es que hay una gran diferencia entre la Ley Antigua, sobre la que se regían los
fariseos antes de Él y la Ley Nueva que Él viene a instaurar. Jesús usa un
ejemplo de la ley antes que Él: antes de Jesús, bastaba con no matar para ser
justos; es decir, se consideraba justo quien no cometía un asesinato, por ejemplo;
sin embargo, ahora, con Él, no basta con no matar, no basta con no cometer un
asesinato: ya con el solo hecho de enojarnos con el prójimo, nos hace reos ante
la Justicia divina. Es decir, con la Ley Nueva de Jesús, quien se enoja con su
hermano merece ser juzgado y si alguien muere con ira, merece el Infierno. Como
puede verse, hay una gran diferencia entre el cumplimiento de la Ley antes y
después de Jesús: el cumplimiento de la Ley Nueva es mucho más estricto que el
de la Ley Antigua.
La diferencia está en
la gracia porque ahora, por la gracia santificante que Jesús nos trae por su
cruz, el alma se encuentra en la Presencia de Dios, por lo que cualquier falta,
por mínima que sea, se nota con mucha mayor intensidad que en el régimen del
Antiguo Testamento. Estar en gracia equivale, para el cristiano, a estar
delante de la Presencia de Dios en los cielos, para los bienaventurados, de ahí
que sus pensamientos y deseos y también sus acciones, deben ser perfectas,
puras e inmaculadas, porque Dios es perfecto, puro e inmaculado. Por la gracia
santificante, el alma se encuentra delante de Dios, ante su Presencia, ya desde
esta vida, así como los bienaventurados se encuentran ante la Presencia de Dios
en los cielos y es por esta razón que las faltas cometidas son mucho más notorias que en la Ley Antigua y es por esto que el vivir en gracia supone que cada
pensamiento es leído por Dios ante su Presencia, cada deseo es tenido delante
de Dios, cada obra es hecha delante de Dios, de ahí que los pensamientos del
cristiano deban ser santos, sus deseos puros y sus obras perfectas.
“Si vuestra justicia no
es superior a la de los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos”. Si queremos
entrar en el Reino de los cielos, entonces debemos evitar siquiera el más
mínimo enojo y tomar conciencia que, por la gracia, aun estando en esta vida
terrena, estamos ante la Presencia de Dios Uno y Trino.
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