“Jesús
expulsa a un demonio mudo” (Lc 11,
14-23). Jesús realiza un exorcismo, lo cual confirma dos verdades: por un lado,
que los demonios existen y que, por lo tanto, el Infierno no está vacío, como
pretenden muchos, ya que el Infierno es el “lugar creado para Satanás y sus ángeles
rebeldes”; por otro lado, confirma que existe la posesión diabólica, hecho
también negado por los progresistas, quienes afirman que lo que la Biblia llama
exorcismos a posesiones diabólicas son sólo enfermedades psiquiátricas. El Evangelio
confirma entonces estas dos verdades: los demonios existen y poseen los cuerpos
de los hombres. La posesión demoníaca es una imagen negativa de la inhabitación
trinitaria en el alma por la gracia: como del Demonio es la “mona de Dios”,
quiere copiar todo lo que Dios hace y una de las cosas que hace Dios es
inhabitar en sus Tres Divinas Personas en el alma del justo por medio de la
gracia, para allí ser amado, adorado y servido: puesto que el Demonio no puede
hacer esto –no se puede apoderar del alma-, se apodera del cuerpo del hombre,
convirtiéndolo en un poseso y esto lo hace con el mismo fin con el cual Dios
inhabita en el alma: para ser amado, adorado y servido. Pero esto es falso,
como todo lo que hace el Demonio, porque sólo Dios Uno y Trino merece ser
amado, adorado y servido y para eso, dice San Ignacio de Loyola, ha sido creado
el hombre sobre la faz de la tierra y ése es su fin primordial. Por lo tanto,
la posesión demoníaca, además de hacer sufrir enormemente al que padece la
posesión, es una obra demoníaca que contraría los planes de Dios sobre esa
alma, pues toda alma es creada por Dios Trino con el fin de conocer, amar,
adorar y servir a Dios Trinidad. Ésta es la razón por la cual Jesús realiza el
exorcismo, expulsando al demonio del cuerpo del poseso y liberándolo, con el
solo poder de su voz. El demonio reconoce en la voz de Cristo la omnipotente
voz de Dios y, aunque no lo desea, huye inmediatamente del cuerpo del poseso,
dejándolo libre y en completo control de sus facultades. Esto explica lo que
dice la Escritura, que “Jesús vino para destruir las obras del Diablo” (cfr. 1 Jn 3, 8) y la
posesión es una obra demoníaca que Jesús destruye con el solo poder de su voz.
En
nuestros días, con el auge del ocultismo y del satanismo como nunca antes en la
historia, la cantidad de posesos ha aumentado significativamente y como muchos
de estos demonios son mudos, como el demonio del Evangelio, manifiestan su odio
a Dios y a lo sagrado no como el clásico poseso, con gritos y blasfemias, sino
de un modo más solapado y sutil, comenzando por el rechazo directo de todo lo
que sea sagrado, principalmente la Eucaristía, la oración y los sacramentales.
“Jesús
expulsa a un demonio mudo”. El hecho de que no se vean posesos gritando
blasfemias en la vía pública, no significa que no haya endemoniados: basta con
observar el crecimiento exponencial del satanismo, del ocultismo y de la
superstición –una muestra de estos son la Santa Muerte, el Gauchito Gil, la
Difunta Correa, entre muchos otros ídolos demoníacos más-, además de la
violencia y el odio sobrehumanos contra el niño por nacer por parte de los
movimientos feministas, abortistas y pro-ideología de género, para darnos
cuenta que hoy es más necesario todavía que en la época de Jesús, la acción
exorcista de la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario