(Domingo
I - TC - Ciclo C – 2019)
“El Espíritu llevó a Jesús al desierto para
ser tentado por el diablo” (cfr. Lc
4, 1-13). El Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, lleva a Jesús al desierto,
adonde es tentado por el espíritu del mal, el Príncipe de las tinieblas, el
espíritu demoníaco, Satanás. Éste último lo tienta con tres tentaciones y si
bien era absolutamente imposible que Jesús cayera no solo en las tentaciones,
sino en la más pequeña imperfección -porque Él es el Hombre-Dios y por lo tanto
es la perfección y la santidad infinitas e increadas-, sin embargo permite,
para nuestro provecho, el ser tentado.
En la Primera Tentación, ante el hambre de Jesús –llevaba
cuarenta días de ayuno completo-, el Demonio le dice que convierta “a esas
piedras en pan”, de modo que Jesús pueda satisfacer su hambre. La tentación no
parece tener nada malo: Jesús es Dios, tiene el poder para hacerlo, ya ha
terminado su ayuno, no viene mal que convierta las piedras en pan. Ante la
tentación, la respuesta de Jesús es: “No sólo de pan vive el hombre”. ¿Qué
significa la tentación de convertir las piedras en pan? En esta tentación, están
representadas las pasiones como el apetito concupiscible, el apetito carnal y
la gula, aunque también aquello que no es necesariamente una pasión, como el
simple alimentarse de alimentos terrenos, pero dejando de lado la Palabra de
Dios. Es decir, están representados tanto los que se dejan guiar por la
concupiscencia y la gula, como aquellos que son moderados en el comer, pero no
se alimentan de la Palabra de Dios. Esto se deduce de la respuesta de Jesús,
que es contundente: “no solo de pan vive el hombre”; no sólo de comida
material: el hombre vive también y ante todo, primariamente, “de la Palabra de
Dios”. El hombre, dice Jesús, no solo vive del alimento corporal, que alimenta
el cuerpo, sino también de la Palabra de Dios, que alimenta el alma. Pero lo
que tenemos que tener en cuenta es que esa Palabra de Dios no se refiere solo a
las Escrituras, porque se nos brinda como doble alimento: como Palabra de Dios
escrita, que es la Sagrada Escritura -y así el hombre que lee las Escrituras,
se alimenta de ella espiritualmente- y también se nos brinda como la Palabra de
Dios encarnada, que es la Eucaristía -y así el hombre que comulga, alimenta su
alma con la Carne del Cordero de Dios-. Es decir, con esta respuesta, Jesús está advirtiendo no solo a los que caen en pecado de gula, sino también a los
que se alimentan exclusivamente con alimentos materiales, dejando de lado y
descuidando por completo, tanto la Palabra de Dios escrita, las Escrituras,
como la Palabra de Dios encarnada, la Eucaristía. La tentación moderna es
alimentarnos exclusivamente con alimento para el cuerpo, pero dejando de lado
el alimento espiritual que es la Palabra de Dios, sea escrita como encarnada. El
hombre no solo debe alimentarse de pan y carne materiales, sino del Pan de Vida
que es la Escritura y de la Carne del Cordero de Dios, que es la Palabra
encarnada, la Eucaristía.
En la Segunda Tentación,
el Demonio lo lleva a lo alto y le ofrece el poder y la gloria mundanos y todos
los reinos del mundo si, postrándose, lo adora. Nuevamente, la tentación parece
lógica: sólo un pequeño acto de adoración a él, que es el Príncipe de este
mundo, y todos los reinos y la fama y el poder y la gloria serán para Jesús. La
respuesta de Jesús es sencilla y breve: “Al Señor tu Dios adorarás
y sólo a Él rendirás culto”. Aquí están representados los hombres que,
dominados por el orgullo y la vanidad, le rinden culto al dinero, que es en
definitiva rendir culto al demonio. El deseo de fama y poder, la concupiscencia
de la carne y de la vista, el deseo de ser reconocido
y aplaudido por los hombres –aplausos que ante los ojos de Dios no valen nada-,
lleva al deseo desordenado de dinero –porque el dinero compra la fama y el poder y las riquezas
terrenas- y así el alma, para conseguir el aplauso y la fama mundana y las
riquezas del mundo, recurre a todo tipo de bajezas para obtener el dinero -valgan como ejemplos extremos los sicarios y los narcotraficantes-, degradándose a sí misma y
rindiendo culto al becerro de oro, como hicieron los hebreos en el desierto. La
respuesta de Jesús es que nosotros los cristianos no debemos adorar al becerro
de oro, el dinero, sino que debemos adorar al Cordero de Dios, Cristo Eucaristía
y buscar ser apreciados sólo por Dios y no por los hombres, pero para eso es
necesario rechazar el buscar el aplauso de los demás y los honores mundanos,
para solo ser vistos y reconocidos por Dios, que ve en lo secreto.
En la Tercera Tentación, el Demonio lleva a Jesús al
pináculo del templo y le dice que se tire, que los ángeles cuidarán de Él,
porque así está escrito. Nuevamente, la tentación parece lógica y encima está
apoyada por la Escritura: si Él se tira desde arriba, está escrito que los
ángeles de Dios no lo dejarán caer. La respuesta de Jesús, también citando las
Escrituras, es precisa: “No tentarás al Señor, tu Dios”. Se refiere a dos
pecados opuestos: la desesperación y la presunción. Tanto en uno, como en otro,
se tienta a Dios: en la desesperación, se lo tienta en su paciencia, porque no
hay motivos para desconfiar de la Misericordia Divina; en la presunción, se lo
tienta en su Justicia, porque se desafía a la Justicia, abusando de la
Misericordia. No se debe tentar a Dios ni con la desesperación, porque siempre
debemos confiar en la Divina Misericordia, ni tampoco tentarlo con la
presunción, porque debemos saber que Dios es Infinita Justicia y no dejará
escapar las faltas deliberadas contra su Misericordia Divina.
Por último, dijimos que Jesús se deja tentar, pero que al
mismo tiempo, era imposible que cayera, porque Él es Dios tres veces Santo; si
lo hace, es para que aprendamos a vencer a las tentaciones y al demonio como Él
las venció, esto es, con el ayuno, la oración, la penitencia y la Palabra de
Dios escrita, que es la Escritura y, en el caso nuestro, con la Palabra de Dios encarnada, que es la
Eucaristía. Otra enseñanza que nos deja el Evangelio es que debemos aprender a
discernir las tentaciones: son muy sutiles, parecen muy lógicas -la tentación dice: "No tiene nada de malo"-, porque el
Demonio es un espíritu angélico y por lo tanto, mucho más inteligente que
nosotros. Es como aquellos que dicen: “¿Qué tiene de malo tatuarse -es una consagración al demonio-, qué tiene
de malo hacer un aborto -es un homicidio-, qué tiene de malo convivir juntos -el concubinato, el adulterio, la fornicación, son pecados-?”. La tentación
siempre parece "no tener nada de malo" porque precisamente, el mal se oculta bajo
apariencia de bien, como en las tentaciones de Jesús en el desierto. Sin
embargo, si nosotros hacemos uso de las armas espirituales que nos enseñó Jesús,
no habrá ninguna, pero absolutamente ninguna tentación, por fuerte que sea, que
no pueda ser resistida y vencida. Y el que resiste la tentación, no solo no cae
en pecado, sino que sale fortalecido porque crece en la gracia.
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