“Dos
endemoniados le salieron a su encuentro” (Mt 8, 28-34). En este breve
pasaje del Evangelio, se relata casi la totalidad del misterio salvífico de
Jesús: por un lado, se encuentran dos seres humanos, poseídos por demonios, por
ángeles caídos; por otro lado, está Jesús, que expulsa a los demonios que
poseían a los hombres, dejándolos liberados y en completa calma.
Es
decir, en este Evangelio no solo se describen los únicos tres tipos de personas
que hay en el universo -las Personas Divinas, las personas angélicas, las
personas humanas-, sino también una de las principales victorias de Jesús, el Hombre-Dios,
con su Encarnación: vino para quitarnos el pecado, para destruir la muerte,
para concedernos la gracia de la filiación divina y, también, para vencer al
Demonio, el Ángel rebelde. Este Evangelio destruye la negación de uno de los
aspectos de la fe por parte de quienes eligen qué creer y qué no creer y es la
existencia del Demonio. El Demonio no es un “hábito malo”, o un “mal impersonal”
o una “fantasía”, o una “creación de una sociedad antigua religiosa” como la
hebrea pre-cristiana: el Demonio es un ángel y un ángel es una persona y como
persona, se caracteriza por lo que caracteriza a toda persona, el tener
inteligencia y voluntad, es decir, capacidad de entender y capacidad de amar. En
el caso del Demonio, es un ángel que, haciendo mal uso de su libertad, decidió,
libremente, oponerse a la razón por la cual Dios Uno y Trino creó a los ángeles
y a los hombres: para que lo amen, lo sirvan y lo adoren. El Demonio se observó
a sí mismo con la hermosura con la cual había sido creado y, en vez de amar y dar
gracias a la Trinidad por haber sido creado con tanta hermosura y perfección,
decidió renegar de Dios e invertir el fin para el que había sido creado; por lo
tanto, en vez de adorar y amar a las Tres Divinas Personas de la Trinidad,
decide amarse a sí mismo y adorarse a sí mismo, perdiendo en el acto la gracia que
lo unía a Dios, pero sin perder su naturaleza angélica, por lo cual sigue poseyendo
las características de un ángel, todas inmensamente superiores a la naturaleza
humana, como por ejemplo la inteligencia, la velocidad de desplazamiento, etc.
Creer en el Demonio forma parte del Depósito de la Fe de la Santa Iglesia
Católica; quien dice: “yo no creo en el Demonio”, no cree en un punto esencial
de la Fe de la Iglesia, porque Jesucristo, además de vencer en la Cruz del Calvario
a la muerte y al pecado, vence al Demonio, enemigo de Dios y de la humanidad.
“Dos
endemoniados le salieron a su encuentro”. Jesús exorciza a los endemoniados,
expulsando los demonios a una piara de cerdos, los que terminan precipitándose
desde un abismo hacia un lago; con esto demuestra su divinidad, porque ni el
hombre ni el ángel, pueden realizar un exorcismo, esto es, la expulsión del
demonio del cuerpo de un ser humano poseso. A quien no quiera creer en la
existencia del Demonio, debería leer y releer este pasaje del Evangelio, para
no salir de la Fe de la Iglesia Católica, o para retornar a la misma, si es que
en algún momento no fue. El católico debe creer en el Demonio como Ángel caído,
para obviamente alejarse de él y unirse a Jesucristo, el Hombre-Dios, el Único
que puede librarnos de este monstruo del Infierno.
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