“Venid a Mí los cansados y agobiados y Yo los aliviaré”
(Mt 11, 28-30). El tiempo en el que vivimos, en el inicio del siglo XXI,
se caracterizan por una serie de ventajas, podemos decir así, que no las
tuvieron ninguna de las generaciones que nos precedieron: es el siglo en el que
la ciencia, la tecnología, y en general todo tipo de saber humano, ha alcanzado
niveles insospechados, permitiendo que el hombre domine el macrocosmos, como la
naturaleza y el espacio exterior, así como el microcosmos, el mundo de la biología
molecular, de la nanotecnología y de los avances robóticos impensables hasta
hace muy poco. Y sin embargo, no hay época en la humanidad en la que se
registren mayores tasas de depresión, de tendencias suicidas, de falta del
sentido de la vida, lo cual vuelve realidad la leyenda de Prometeo: el hombre,
creyéndose dios, se ve a sí mismo como lo que es, un simple mortal, a pesar de
los avances más impresionantes jamás conseguidos por la ciencia. Esta constatación
es la que provoca en el hombre tristeza, angustia, depresión, agobio, porque
constata la futilidad de su ser.
Frente a este panorama, Jesús nos ofrece una
sencillísima solución a nuestros problemas existenciales, sean del orden que
sean: que acudamos a Él y Él nos aliviará: “Venid a Mí los cansados y agobiados
y Yo los aliviaré”. ¿Qué quiere decir Jesús con esto? ¿Qué nos quitará todos
los problemas que tenemos? ¿Que convertirá nuestra vida terrena en un paraíso
terreno? En absoluto. Nuestros problemas existenciales seguirán estando, pero
con una diferencia: quien acuda a Él, a Jesús, será ayudado por Jesús, porque Jesús,
por un lado, nos iluminará con la luz del Espíritu Santo, para darnos la exacta
medida y el verdadero sentido de nuestro paso y de nuestra existencia por la
tierra, que es el alcanzar la vida eterna, con lo cual ya de por sí, todo lo
terreno alcanza su verdadera dimensión: es solo un peldaño, un escalón, hacia
nuestro destino final, la Jerusalén celestial. Pero además, será Jesús mismo
quien quitará el peso de nuestro agobio, porque será Él quien cargará sobre sus
espaldas nuestra propia cruz, haciéndola suave y liviana. Paradójicamente, para
que Jesús cargue nuestra cruz, nosotros debemos aceptarla y cargarla todos los
días y así será Jesús quien la llevará por nosotros.
“Venid a Mí los cansados y agobiados y Yo los aliviaré”.
No debemos buscar demasiado para encontrar a Jesús, para que Él alivie la carga
que nos oprime y el agobia que nos aplasta: simplemente debemos acudir al
sagrario y postrarnos ante su Presencia Eucarística, adorarlo y amarlo con todo
el amor del que seamos capaces y dejar que sea Él quien, junto con la Virgen,
conduzcan nuestras vidas hacia nuestro destino final: la Ciudad de la Santísima
Trinidad y el Puerto de Santa María de los Buenos Aires.
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