(Domingo XVII - TO - Ciclo A – 2023)
“El Reino
de los cielos es como un tesoro escondido en un campo; es como un comerciante
que encuentra una perla de gran valor; es como los pescadores que separan a los
peces buenos en cestos y a los malos los tiran” (Mt 13, 44-52). Jesús da
tres ejemplos, tomados de la vida diaria, cotidiana, para describir al Reino de
los cielos, aunque en el último ejemplo, además del Reino de los cielos,
describe cómo será el Día del Juicio Final.
En el
primer caso, un hombre descubre en un campo un tesoro escondido, pero en vez de
hacer lo que haría un hombre sin moral, un hombre al que no le importa la Ley
de Dios, lo que hace este buen hombre es dejar el tesoro donde está, regresa a
su hogar, vende todo lo que tiene y compra el campo, con lo cual se convierte
en dueño del tesoro.
El segundo
caso es muy parecido al primero: un comerciante de perlas finas encuentra una
de gran valor, regresa para vender todo lo que tiene y así puede comprar la
perla de gran valor.
En los
dos primeros casos, entonces, se da una misma situación: se trata de hombres
que encuentran algo de mucho valor -un tesoro en un campo, una perla de mucho valor-
y para adquirir eso que es de gran valor, lo que hacen es vender todo lo que
tienen, de manera tal de poder quedarse con eso que vale tanto.
En los
dos casos, en el hombre que encuentra el tesoro en el campo y en el caso del
comerciante de perlas finas, está representada el alma del cristiano; aquello
de gran valor que encuentran -el tesoro escondido, la perla de gran valor-
representan la gracia santificante que se nos comunica por los sacramentos y
nos hace participar de la vida divina trinitaria; en ambos casos, los dos regresan
para “vender todo lo que tienen” y así poder adquirir los tesoros: esto
significa que las almas renuncian a la vida de pecado, que es lo que tienen,
para comenzar a vivir la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, que
es el verdadero tesoro espiritual que ambos encuentran. Es decir, se trata de
cristianos que toman conciencia de que son pecadores y que ya no quieren vivir
más en esta vida de pecado, para comenzar a vivir la vida de los hijos adoptivos
de Dios, quieren comenzar a vivir con el tesoro de la gracia santificante en el
corazón.
En el
tercer caso, Jesús describe cómo es el Reino de Dios, pero le agrega algo que
no tienen los dos primeros ejemplos y es cómo será el Día del Juicio Final;
para hacerlo, utiliza la figura de los pescadores que, después de una jornada
de pesca, depositan las redes con peces en el suelo y se dedican a separar los
peces buenos de los peces que están en mala condición -porque han muerto hace
tiempo y están en estado de putrefacción, o porque están enfermos, por ejemplo,
estos no sirven para nada, solo para ser tirados-; en este ejemplo, los
pescadores representan a los ángeles que están al servicio divino; a una orden
suya, separarán a las almas buenas para que ingresen en el Reino de Dios, de
las almas malas, impenitentes, de los calumniadores, de los difamadores, de los
que asesinan a su prójimo con la lengua, de los hipócritas, de los cínicos, de
todos aquellos que nombra la Sagrada Escritura: “(no entrarán en el Reino de
los cielos) ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los
ladrones, ni los que se embriagan, ni los estafadores” (el estafador es un mentiroso,
por lo que habría que incluir a aquellos que hacen de la mentira un vil
instrumento para alcanzar sus mezquinos objetivos, sea en la política o incluso
en la misma iglesia); es decir, no entrarán en el Reino de los cielos aquellos que
por voluntad propia no poseen la gracia santificante, que murieron en pecado
mortal y que por lo tanto, no sirven para el Reino de Dios, sino solo para ser
arrojadas al Reino de las tinieblas.
“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido en
un campo; es como un comerciante que encuentra una perla de gran valor; es como
los pescadores que separan a los buenos en cestos y a los malos los tiran”.
Solo si vivimos en gracia, si frecuentamos los Sacramentos, si obramos la
misericordia para con el prójimo, seremos considerados dignos de ingresar en el
Reino de Dios. De lo contrario, seremos arrojados al Reino de las tinieblas,
para siempre.
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