“No
tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos” (Mt 9, 9-13). Los
escribas y fariseos tenían la errónea concepción de que ser religiosos es igual
a ser santos en vida y eso no es así, porque el cristiano es, ante todo, un
pecador, como lo dice la Sagrada Escritura: “El justo peca siete veces al día”,
queriendo significar con esto que aun aquel -el justo- que desea vivir según la
ley de Dios y según los consejos evangélicos de Jesús, aun así, comete pecados,
muchos de ellos de forma inconsciente y algunos también conscientemente, eso es
lo que significa “pecar siete veces al día”. Ahora bien, si esto sucede con el
justo, con quien pretende vivir según la voluntad de Dios, es mucho peor la
situación espiritual de quien directamente no tiene ningún cuidado de su vida
espiritual y la razón es que, quien no cumple los Mandamientos de la ley de
Dios, cumple los mandamientos de la Iglesia de Satanás, puesto que no hay un
punto intermedio, como lo dice Jesús en el Evangelio: “El que no está Conmigo,
está contra Mí”.
Jesús
viene para iluminar acerca de esta concepción errónea de escribas y fariseos,
demostrándoles que Dios se compadece, se apiada, de nuestras miserias, pues
esto es lo que significa “misericordia”, compasión del corazón -de Dios- para
con las miserias del hombre. Esa es la razón por la que Jesús “se sienta con pecadores”,
porque es como Él dice: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los
enfermos”. De esta manera, si alguien se considera -erróneamente, por supuesto-
“santo” en esta vida, entonces no necesita de la Misericordia Divina, lo cual
es un gran error, según San Juan: “Quien dice que no peca, miente”, por eso es que
todos necesitamos de la Divina Misericordia, todos somos pecadores, mientras
estemos en esta vida terrena y lo seguiremos siendo hasta el último suspiro de
nuestras vidas. Al respecto, el Santo Cura de Ars decía que el peor error que
se podía cometer es decirle a una persona: “Usted es un santo”, porque nadie
aquí en la tierra es santo y porque esa frase puede hacer envanecer a su
destinatario, haciéndolo caer en el pecado del orgullo y la soberbia.
“No
tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”. Podemos decir, junto
a San Agustín y en el sentido en el que lo dice San Agustín: “Bendita la culpa
que nos trajo al Salvador”, es decir, bendita sea nuestra condición de
pecadores, pero no por el pecado en sí, que es aborrecible, sino porque por el
hecho de ser pecadores, necesitamos imperiosamente de la Misericordia Divina. Por
esto mismo, nuestra vida eterna está unida a la devoción y a la unión que
tengamos a Jesús Misericordioso: cuanto más pecadores seamos, más necesitamos
de la Divina Misericordia.
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