“El que escucha la Palabra y la entiende, ése dará
fruto” (Mt 13, 18-23). En este párrafo del Evangelio, Jesús continúa con
la explicación de la parábola del trigo y la cizaña: lo sembrado al borde del
camino, es el que escuchó la Palabra pero no la entendió y el Maligno, el Demonio,
el Ángel caído, le arrebata lo que ha sido sembrado en su corazón. Lo sembrado
en terreno pedregoso, es el que escucha y acepta la Palabra de Dios con
alegría, pero al no tener raíz, es inconstante y en cuanto sobreviene una
dificultad o una persecución por causa de la palabra, sucumbe. Lo sembrado
entre zarzas o espinas, representan a los que escuchan la Palabra de Dios, pero
las circunstancias de la vida y la atracción que ejercen los bienes materiales,
hacen que el alma olvide fácilmente lo que escuchó de la Palabra de Dios. Por último,
siempre según Jesús, el que escucha la Palabra de Dios y la entiende, da fruto
al cien, al sesenta y al treinta por uno.
En esta parábola hay que considerar algo que es
esencial para su comprensión y es el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la
Trinidad. ¿Por qué razón? Porque la Sagrada Escritura, aunque fue escrita por
hombres, en el sentido de que fueron hombres con sus manos humanas las que las
escribieron, no provienen del hombre, sino de Dios, de las Tres Personas de la
Trinidad. La Sagrada Escritura no es un escrito humano: proviene de la Inteligencia
Increada, que es Dios, por lo cual, intentar leerla sin la luz del Espíritu
Santo, lleva a que el alma se pierda en los estrechos límites de la capacidad
de la razón humana, negando todo lo sobrenatural, como la revelación de la
Trinidad por parte de Jesús; como su auto-revelación como Dios Hijo encarnado;
como su Concepción virginal, por obra del Espíritu Santo, en el seno virgen de
María, y así con todos los misterios sobrenaturales, convirtiendo a la Biblia,
Palabra de Dios, en palabra meramente humana.
Quienes piden humildemente la luz del Espíritu Santo,
antes de emprender la lectura de la Sagrada Escritura, es ése el que producirá
fruto, en distintos porcentajes, según Jesús. Otro elemento a tener en cuenta es
la Palabra de Dios encarnada, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Pidamos
siempre la gracia de leer la Palabra de Dios con la luz del Espíritu Santo y de
recibir, con el corazón en gracia, a la Palabra de Dios que prolonga su
Encarnación en la Sagrada Eucaristía. Solo así daremos frutos para el Reino de
Dios.
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