“Concebirás
por obra del Espíritu Santo y darás a luz un hijo” (Lc 1, 26-38). El Evangelio de la Anunciación del Ángel a la Virgen
nos da el verdadero espíritu de Navidad: el fruto del vientre de María, Aquel a
quien esperamos para Navidad, no es obra de hombre alguno, sino de Dios: “Concebirás
por obra del Espíritu Santo y darás a luz un hijo”. El Niño concebido en el
seno purísimo y virginal de María no es un niño santo, ni siquiera el más santo
entre todos los santos: es Dios Tres Veces Santo, por quien todo lo santo es
santo. El Niño concebido en el seno de María Santísima es el Hijo de Dios, el
Verbo Eterno del Padre, engendrado en su seno desde la eternidad, que ahora se
encarna para después nacer en Navidad y entregarse como Pan Vivo bajado del
cielo.
Cuando
contemplemos al Niño de Belén, cuando contemplemos el pesebre, no debemos ver
en él una figura costumbrista de la época; el pesebre no refleja cómo era el
nacimiento de un niño hebreo pobre en Palestina en tiempos de Herodes: el
pesebre refleja el nacimiento, en el tiempo –nacimiento milagroso- del Hijo de
Dios hecho carne, encarnado y nacido en el tiempo para redimir a toda la
humanidad. Cuando contemplemos el pesebre, recordemos las palabras del Ángel
pronunciadas a la Virgen -“Concebirás por obra del Espíritu Santo y darás a luz
un hijo”- y entonces nos postremos de rodillas ante el Niño de Belén, porque no
es un niño más, sino Dios hecho Niño; es Dios que se nos manifiesta no en el
esplendor de su majestad invisible, sino en el esplendor de su majestad y
gloria que son visibles bajo la forma de un niño humano.
Cuando
contemplemos el pesebre, recordemos las palabras del Ángel pronunciadas a
María, recordemos que el Niño de Belén es Dios Hijo encarnado y recordemos
también que ese mismo Niño es el que, prolongando su Encarnación en la
Eucaristía, se nos brinda todo Sí mismo como Pan de Vida eterna, como Pan Vivo
bajado del cielo. Cuando contemplemos el pesebre, recordemos las palabras del
ángel pronunciadas a la Virgen y no dudemos en acercarnos a Dios Niño, que viene
a nosotros como Niño, para que no tengamos excusas de acercarnos a Él, ya que
nadie tiene miedo de acercarse y tomar entre sus brazos a un niño recién
nacido. Cuando contemplemos el pesebre, recordemos las palabras del Ángel y,
postrados de rodillas, abracemos a Dios que se hace Niño por nuestra salvación.
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