El
Evangelio describe la genealogía de Jesús, es decir, sus ancestros humanos. Puesto
que la Biblia es, además de un libro religioso, un libro de historia, podemos
de esta manera constatar que Jesús no solo fue un personaje histórico, es
decir, que vivió en el tiempo y en el espacio, en la historia humana, sino que
tiene ancestros, como todo ser humano y esos ancestros incluyen personajes tan
ilustres como el Rey David. La genealogía nos muestra que la ascendencia de
Jesús es santa, de estirpe hebrea y que en su sangre humana no hay sangre
pagana.
En realidad,
este Evangelio debería ser leído en paralelo con los primeros versículos del
Evangelio de Juan, en donde se describe la procedencia eterna del Logos, porque
Jesús tiene una doble procedencia: una humana, que es la que describe el
Evangelio de hoy, y una divina, del seno del Padre, que es la que describe el
Evangelio de Juan.
Con los
dos Evangelios, el de la genealogía y el del Logos, la Iglesia nos da entonces
un panorama completo acerca del Niño que ha de nacer en Belén, Jesús de
Nazareth: ese Niño, aunque aparece como un niño más entre tantos, no es un niño
más entre tantos: es el Niño Dios, es Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios,
para que nosotros, hechos niños por la gracia, nos hagamos Dios por
participación.
Con este
Evangelio, más el Evangelio del Logos de Juan el Evangelista, es que debemos
vivir tanto la etapa final del Adviento, como la Nochebuena: el Niño al que
esperamos en Adviento y que vendrá para Navidad no es un niño humano, es el
Niño Dios y a Él le debemos por lo tanto el honor, la gloria y la adoración, porque
sólo a Dios se le adora. Ésta es la razón por la cual el Evangelio nos da la
genealogía humana de Jesús: para que sepamos que, más que un niño santo, que
desciende de una familia real, es Dios quien viene a nosotros para que nuestra
vida sea un camino que nos conduzca al cielo.
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