“No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el
Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”
(Mt 11, 11-15). Jesús hace sobre el
Bautista una afirmación aparentemente desconcertante, por un lado, afirma que
no hay hombre nacido de mujer que sea más grande que él; por otro lado, afirma que,
en el reino de los cielos, el más pequeño es más grande que el Bautista. Es decir,
aquí, en la tierra, el Bautista es el más grande; en el cielo, es el más
pequeño. ¿A qué se debe esta aparente contradicción? Ante todo, no es
contradicción y es sólo aparente: el Bautista es, en la tierra, el más grande
nacido de mujer, porque a pesar de haber nacido con el pecado original, fue
santificado en el vientre de su madre Isabel en la Visitación de la Virgen,
cuando movido por el Espíritu Santo y estando él mismo en el seno de su madre,
saltó de alegría al saber que quien venía en el seno de la Virgen era el Hijo
de Dios encarnado. Entonces, porque fue santificado por la visita de la Virgen,
de Jesús y del Espíritu Santo, el Bautista está lleno del Espíritu Santo, tanto
cuanto puede estarlo un alma en esta tierra y ésa es la razón por la cual “es
el más grande nacido de mujer”.
Sin embargo, al mismo tiempo, y cuando se compara con
los habitantes del cielo, que viven en la gloria, es el más pequeño, porque el
más mínimo grado de gloria es más grande que cualquier grado de gracia; puesto
que en el cielo están todos glorificados, todos son superiores al Bautista.
“No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el
Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”.
Por nuestra parte, no estamos ni remotamente a
la altura del Bautista, porque no alcanzamos el grado de gracia que él
obtuvo en la tierra, pero si queremos ser grandes en el reino de los cielos,
debemos comenzar por hacer el esfuerzo de vivir en gracia en la tierra, a
imitación del Bautista, para vivir coronados de gloria en el cielo.
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