(Domingo
III - TA - Ciclo A - 2019 – 2020)
“Fuisteis al desierto a ver al
Precursor” (Mt 11, 2-11). Jesús hace
una precisión con relación al Bautista: no es un profeta más entre tantos, sino
el Precursor, aquel que debía anunciar la Llegada del Mesías. Con esta
calificación del Bautista, Jesús se auto-revela al mismo tiempo,
implícitamente, como el Mesías, porque el Bautista es el Precursor del Mesías,
es el que anuncia al mundo la Llegada del Salvador en la Persona de Jesús de
Nazareth. El Bautista no fue al desierto para predicar una mera conversión
moral, como si el ser buenos fuera el fin de su predicación: fue a predicar la
conversión del corazón como requisito indispensable para recibir al Mesías,
Jesucristo. Por su misión, el Bautista es un profeta, porque no es él el
Mesías, pero es más que un profeta, porque es el Precursor, es el que anuncia
que la Llegada del Mesías y su Reino celestial es inminente. De ahí la
importancia y la urgencia de la conversión propiciada por el Bautista, porque quien
no esté convertido o al menos haga el esfuerzo para convertir su corazón,
apartándose de las cosas bajas y terrenas, no está en grado de recibir al
Mesías y Redentor, que viene de los cielos.
De la misma manera, en
el desierto del mundo, es la Iglesia la que, imitando al Precursor, el
Bautista, anuncia a los hombres la Llegada del Mesías: el Cristo que Vino en
Belén, que Viene en cada Eucaristía y que Vendrá al fin de los tiempos.
Y en esto se fundamenta
la alegría que caracteriza a este Domingo: en que Cristo, el Salvador, el
Redentor, el que nos libró de la muerte, el pecado y el demonio en la Cruz,
viene para Navidad, como Niño Dios, como Dios hecho Niño, para que nosotros,
hechos niños por la gracia, nos hagamos Dios por participación. La alegría de
este Domingo también se fundamenta en el hecho de que el Cristo que Vino en
Belén, es el que Viene en cada Eucaristía, para convertir nuestros corazones en
otros tantos portales de Belén, en donde Él nazca por la gracia. Y la alegría
de nuestros corazones se colma cuando sabemos que el Cristo que Viene en
Navidad, que Viene en cada Eucaristía, es el Cristo que Viene al fin de los
tiempos, para conducirnos, por su misericordia y gracia, al Reino de los
cielos, en donde reinaremos sin las tristezas de este mundo y en la eterna
alegría de Dios Trino, por los siglos sin fin.
La alegría de este Domingo de Adviento está dada porque se
vive con particular intensidad aquello que sucede cada día: cada segundo, cada
minuto, cada hora que pasa, nos acercan cada vez a Cristo que viene, que vino y
que vendrá para llevarnos a la eternidad.
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