Cuando contemplamos
el Pesebre de Belén y vemos, sobre todo al Niño Dios, debemos reflexionar y
preguntarnos: la escena de Belén, ¿es sólo un cuadro cultural, propio de la
época en la que nació Jesús y, por lo tanto, no tiene relación alguna con mi
persona? ¿O, por el contrario, además de un recuerdo piadoso y devoto, la
escena de Belén tiene relación con mi vida personal? En otras palabras, ¿hay
relación alguna entre el Belén y cada bautizado? ¿Hay relación entre el Belén y
mi existencia y vida personales?
La respuesta es que es algo más, mucho más grande, que un mero
cuadro de época y que sí hay una estrechísima relación personal, entre cada
bautizado que contempla el Belén y el Belén.
Contemplar el Belén no debe suscitar en nosotros sólo un
recuerdo piadoso ni debe permanecer en la memoria como un hecho que no tiene
relación con mi vida personal, pero para descubrir cuál es esa relación,
debemos pedir la iluminación sobrenatural e interior que proviene del Espíritu Santo,
porque de otra manera, por nosotros, mismos, no llegaremos a la respuesta. Sólo
con la ayuda del Espíritu Santo, con su luz esclarecedora que disipe las
tinieblas de nuestro corazón y de nuestra mente, podremos llegar a dilucidar el
misterio de Navidad, el misterio de la escena del Pesebre de Belén.
Y cuando seamos iluminados por el Espíritu Santo, podremos
llegar a la conclusión de que la Navidad y la escena del Pesebre son más que
un mero cuadro de costumbre epocal, que despierta algo de piedad pero que no
tiene nada que ver con mi existencia y mi ser personal. Por la iluminación del
Espíritu Santo descubriremos que en la Navidad –y en el Pesebre de Belén- se
encierra un misterio sobrenatural, oculto por los siglos y ahora revelado
plenamente a los hombres; un misterio que va más allá de una simple historia
religiosa nacida en Palestina, que tiene estrecha relación con mi vida
personal, con la vida personal de cada bautizado, con toda la Iglesia y, por
fin, con toda la humanidad, porque el Espíritu Santo nos hará descubrir que el
Niño de Belén es el Salvador de toda la humanidad.
Por la iluminación del Espíritu Santo descubriremos que el
misterio de Navidad procede de la Trinidad y conduce a la Trinidad; nos eleva
de las tinieblas de la vida presenta y nos conduce al luminoso Reino de los
cielos, que es de donde proviene el Niño de Belén.
El Niño que es sostenido en los brazos de la Virgen Madre,
es un espejo en donde el alma en gracia debe verse reflejada: de la misma
manera a como el Verbo de Dios se encarnó y nació de María Virgen para salvar a
la humanidad por medio de su misterio pascual de muerte y resurrección, así el
alma es engendrada por el Espíritu Santo y nace en brazos de la Iglesia por los
méritos de Cristo, el Niño nacido en Belén, para luego unirse íntima y
espiritualmente a Cristo por el Bautismo y la Eucaristía, participando de este
modo del misterio pascual de muerte y resurrección del Niño de Belén en esta
vida y, al término de esta vida, ascender con Cristo en la gloria del cielo.
Por esta razón es que debemos permanecer unidos por la
gracia al Niño de Belén: para que, como hijos de Dios, unidos a Él en el
Pesebre y en la Cruz, vivamos luego unidos a Dios Trinidad por la eternidad. Por
esta razón es que el Pesebre de Belén va mucho más allá de ser el mero reflejo
de una costumbre epocal y por esta razón es que el Pesebre de Belén –y el Niño
de Belén y la Madre del Niño- tienen una estrecha relación con nuestra vida
personal.
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