“Irá
delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los
corazones de los padres hacía los hijos” (Lc
1, 5-25). El Ángel le anuncia a Zacarías el nacimiento del Precursor, el
Bautista. Su tarea principal será la de predicar la conversión de los
corazones, como requisito previo para el encuentro con el Mesías, que ya viene
al mundo para rescatarlo y salvarlo del pecado, del demonio y de la muerte. La
conversión es un requisito esencial para el encuentro con el Mesías: no puede encontrarse
con Él, que viene en nuestra búsqueda, quien no tiene el corazón convertido o
al menos no hace el esfuerzo por convertir su corazón de las cosas bajas de la
tierra. La razón es que es incompatible el Mesías, que viene de lo alto, con la
concupiscencia del corazón herido por el pecado original, que por esto se
inclina a las cosas mundanas y terrenas. La tarea del Precursor será la de
anunciar precisamente esta conversión, como requisito indispensable para que el
alma pueda encontrarse con su Redentor, porque así el alma demuestra que quiere
desapegarse de las cosas del mundo para aferrarse al Reino de los cielos.
La
tarea de la Iglesia en Adviento es la misma tarea que la del Bautista: Ella
actúa como la Precursora del Mesías, el que ha de venir para Navidad como Niño
Dios. Quien no convierta su corazón o
quien no haga el esfuerzo por hacerlo, o quien no esté dispuesto a la
conversión, ese tal no puede recibir al Mesías, que para que no le pongamos
obstáculos, viene como Dios hecho Niño. Si viniera como Dios, en el esplendor
de su majestad, con toda seguridad tendríamos temor en acercarnos a Él, pero
como viene en forma de Niño, siendo Dios, nadie tiene excusas para no convertir
su corazón y recibir entre sus brazos a Dios hecho Niño. Éste es el mensaje que
nos deja la Iglesia en Navidad, para que preparemos nuestros corazones, para
que sean otros tantos portales de Belén en donde nazca el Niño Dios por la
gracia.
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