Al contemplar la escena del Pesebre de Belén no
consideramos, por lo general, que sus protagonistas y la escena misma tengan
alguna relación con nosotros y nuestro tiempo. En el mejor de los casos, la
consideramos como la representación de una cultura –greco-hebreo-romana-
determinada, pero que ha quedado en el tiempo y se ha atrasado en relación a
los tiempos modernos. Suponemos que el Pesebre es el producto de una cultura,
elaborada siglos atrás por comunidades cristianas primitivas y que luego se
expandió por el tiempo y el espacio. Esta consideración de la extrañeza de la
escena de Belén en relación a nuestros días es algo real y hasta tal punto se
piensa que el Pesebre es un hecho cultural –lo cual equivale a decir que es un
hecho subjetivo, epocal, cultual determinado-, que para el pensamiento
post-moderno de hoy, que es un pensamiento débil, nihilista, relativista,
materialista, hedonista y ateo, el Pesebre, con todo lo que representa, ya no
tiene más cabida. Es algo del pasado que, como tal, debe ser superado. Y a tal
punto llega esta idea que el Pesebre, en cuanto tal, ya no se vende más, porque
no se lo solicita más, al menos en las principales tiendas de Europa.
Esta noticia la da el diario Corriere della Sera, en su edición del 29 de noviembre de 2006, en
donde dice así: “El Pesebre no se vende más. No se encuentra en los escaparates
de las grandes tiendas de Venecia”. Luego cita al responsable de ventas, quien
da la explicación: “Desde hace algunos años, el Pesebre no se vende más, porque
la gente no lo solicita. Y, como a cualquier producto que no se vende, lo
retiramos de las vidrieras, ya que representa pérdida económica”[1].
El Pesebre ha sido reducido, en la mentalidad mercantilista y atea de hoy, a un
mero producto mercantil que, como no se vende, no se produce ni se ofrece a la
venta.
Cuando esto sucede es porque no se encuentra la relación entre
lo que el Belén representa y nuestras existencias personales; se piensa que es
sólo el producto de un tiempo, una cultura y una mentalidad determinada.
Hoy el mundo piensa que con la ciencia ha avanzado y ha
crecido como humanidad, ya que tiene proyectos que superan –al menos en
apariencia- a lo que el Pesebre representa: viajes espaciales, estaciones
espaciales, proyectos de bases lunares permanentes, exploraciones con sondas
espaciales a los confines del universo, proyectos basados en la nanotecnología,
en la aceleración de partículas elementales para encontrar el origen del
universo, etc. Es decir, el mundo se encuentra hoy en un momento en el que ha
avanzado más en la ciencia que en los últimos cincuenta años, en un avance que
es de veras prodigioso y admirable, pero lo que lo lleva a despreciar y a echar
de menos al Pesebre y lo que representa. El hombre de hoy es el hombre
prometeico, que cree que nada debe a Dios para su propia auto-realización y por
eso deja al Pesebre, que muestra a Dios-con-nosotros de lado. Para el mundo
hiper-científico de hoy, hablar del Pesebre es hablar de cosas atrasadas en el
tiempo, relegadas al campo de las fábulas y las leyendas.
Sin embargo, a pesar de la indiferencia, el rechazo y el desprecio
del pensamiento post-moderno, el Pesebre, si bien pertenece en verdad a una época determinada, que en verdad está
lejos en el tiempo, no por eso deja de alcanzarnos hasta el día de hoy y no por
eso el contenido, la esencia y el misterio que la Navidad representa deja de
tocar nuestras más íntimas fibras de nuestro ser personal, familiar, nacional y
universal, porque el personaje central del Pesebre, el Niño Dios, es Dios
Omnipotente y Omnisciente que ha venido para salvar a los hombres de todos los
tiempos, desde Adán y Eva hasta el último hombre nacido en el Último Día de la
humanidad. Es por eso que la figura del Pesebre, lejos de ser una mera representación
simbólica de épocas pasadas, tiene una estrechísima relación con nuestro hoy y
con nuestro “yo”, porque es el Niño Dios que viene a redimirnos, a quitarnos el
pecado, a concedernos la gracia de la filiación divina y a hacernos herederos
del Reino de Dios, para que al fin de nuestras vidas terrenas, estemos en
grado, por su gracia y misericordia, de habitar en el Reino de los cielos por
la eternidad. Por esta razón, el Pesebre, aun cuando pasen miles de años, será
siempre actual para los hombres de todos los tiempos, porque la eternidad del
Niño del Pesebre abarca, penetra, sobrepasa todos los tiempos de la humanidad.
El Niño del Pesebre es Dios y por lo tanto viene de la
eternidad, del seno del Eterno padre y nace en el tiempo, en el seno de la
Virgen Madre, para conducirnos a todos a la feliz eternidad de donde Él
procede.
[1] Cfr. Corriere della Sera,
Il presepe non si vende piú, edición
electrónica www. corriere.it, del 29 de noviembre de 2006.
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