(Domingo
II - TA - Ciclo C - 2019 - 2020)
“Preparad
el camino del Señor, allanad sus senderos; Y toda carne verá la salvación de
Dios” (cfr. Lc 3, 1-6). Juan el
Bautista predica en el desierto la conversión de los corazones, para que estos
estén preparados para la Primera Llegada del Mesías sobre la tierra. El
Bautista sabe que el hombre está contaminado espiritualmente por el pecado
original y que por esta razón necesita imperiosamente convertirse, es decir, convertirse
de su concupiscencia y desprenderse de su apego a las cosas bajas de la tierra
y el mundo, porque sólo así estará en condiciones de recibir al Mesías que
Viene desde lo alto.
Para
incitar a la conversión cita al Profeta Isaías, en el pasaje en donde el
Profeta hace uso de la imagen de caminos torcidos que deben ser enderezados, de
colinas que deben ser abajadas y de valles que deben ser rellenados. No se
trata de un mero recurso poético, ya que cada una de estas figuras, tomadas de
la naturaleza, hace referencia a una realidad sobrenatural.
De
esta manera, por ejemplo, el enderezar los caminos torcidos significa que los
corazones humanos, retorcidos por el pecado, deben volverse rectos por la
gracia, haciendo además penitencia y obras de caridad; las colinas que deben
ser abajadas significan el orgullo humano que se yergue entre el alma y Dios,
que debe ser abatido, para que así el hombre, hecho humilde, pueda encontrarse
con su Salvador, que es manso y humilde de corazón; rellenar los valles quiere
decir elevar el alma, que por el pecado se hunde en las cosas del mundo y así,
por la gracia, subir con el espíritu a las cosas del cielo. El elevarse del
alma por la gracia implica hacer frente, combatir y extirpar –con la ayuda de
la gracia- nuestras pasiones y concupiscencias, que convierten al hombre en
algo más cercano al animal que al ángel; por último, convertir lo escabroso en
llano significa no solo combatir contra nuestras malas inclinaciones, sino ante
todo buscar de adquirir virtudes, no por las virtudes en sí mismas, sino porque
las virtudes son las expresiones, a través de la naturaleza humana, de las
infinitas perfecciones del Ser divino trinitario; esto quiere decir que en
Adviento debemos buscar de adquirir alguna virtud, como modo de participar de
las infinitas perfecciones del Ser divino de Dios Uno y Trino.
“Y
toda carne verá la salvación de Dios”. Ante todo, esta expresión hace referencia
a que la salvación es universal, es decir, está destinada a todo hombre de
cualquier tiempo, raza, edad, condición social; significa también que cualquier
hombre que haya recibido la gracia de la conversión y que con sinceridad haya
respondido a la misma, verá la salvación de Dios, salvación que viene para los
hombres en forma de Niño Dios, en forma de Dios hecho Niño sin dejar de ser
Dios. En su Primera Venida, el Salvador viene a nosotros como Niño, siendo
Dios, para que nosotros nos hagamos niños por la gracia y Dios por
participación. El Niño Dios que viene en Belén es Cristo Dios, el Cordero de
Dios que baja del cielo en Belén, Casa de Pan, para que nosotros, unidos a Él
por el Pan de Vida eterna, seamos llevados en Espíritu al cielo, el seno de Dios
Padre. El Hombre-Dios viene en Belén para llevarnos al cielo, en espíritu, por
medio del Pan de Vida eterna, la Eucaristía; al fin de los tiempos, vendrá por
Segunda Vez, para juzgarnos según nuestras obras y, si lo merecemos, habrá de
llevarnos al cielo eterno, en donde Él reina con el Padre por siempre. El Adviento
es el tiempo de gracia que Dios nos concede para que, por la gracia y la
misericordia, nos preparemos para el encuentro personal con Cristo Dios, que
Vino en Belén, Viene en cada Eucaristía y ha de Venir al fin de los tiempos
para dar fin a la historia humana y dar comienzo a la eternidad del Reino de
Dios.
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