jueves, 7 de mayo de 2020

“Creed que estoy en el Padre, al menos por las obras”




(Domingo V - TP - Ciclo A – 2020)

          “Creed que estoy en el Padre, al menos por las obras” (Jn 14, 1-12). Jesús hace una revelación que deja atónitos a sus discípulos: Él es Dios y en cuanto tal, está en el seno del Padre y a la vez, el Padre está en Él. De esta manera, Jesús amplía la revelación que de Dios Uno tenían los judíos, para revelar que Dios es Uno y Trino, pero no sólo eso, sino que Él es la Segunda Persona de la Trinidad, que está en el Padre y el Padre en Él. La auto-revelación de Jesús como Dios y como Dios Hijo, como Hijo del Eterno Padre, es asombrosa y no puede ser aceptada sino media la gracia santificante, que ilumina al alma y la hace partícipe de la divinidad y por lo tanto del conocimiento divino. Sólo por medio de la gracia se puede aceptar esta revelación asombrosa de Jesús: Dios es Uno y Trino y Él es el Hijo del Padre Eterno, que posee su misma naturaleza y su mismo Ser divino y es por esta razón que Él está en el Padre y el Padre en Él y es la razón también por la cual “nadie va al Padre sino es por el Hijo”, es decir Él, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo.
          Ahora bien, esta auto-revelación de Jesús es lo que hace que su promesa de “ir al Padre para prepararles un lugar” en el Reino de los cielos, sea algo verdadero, real, substancial y no un mero deseo. Si Jesús fuera solo un hombre, santo, pero solo hombre y no Dios hecho hombre, de ninguna manera ni conocería al Padre, ni estaría en el Padre ni tampoco sería el Único Camino para ir al Padre. Pero como Jesús es el Hombre-Dios, es el Hijo del Eterno Padre y está en el seno del Padre desde la eternidad, es que Él, cuando consume su misterio pascual de muerte y resurrección, retornará al Padre, preparará las moradas para los que lo amen y reciban su gracia santificante y volverá para llevar a esas moradas eternas a todos aquellos que lo reconozcan como a su Dios y su Salvador. Esto último es muy importante, pues diferencia la Redención de la Justificación: con su muerte en Cruz, Jesús redimió a la humanidad, pagando con su Sangre la deuda contraída por el pecado original, pero sólo serán justificados, es decir, santificados, quienes voluntariamente reciban su gracia santificante. Y esto por fuerza es así, puesto que nadie entrará en el Reino de los cielos sin quererlo u obligado: quien quiera ir al Padre, debe primero reconocer al Hijo como Dios y como Mesías Salvador.
          “Creed que estoy en el Padre, al menos por las obras”. Puesto que Jesús está en el Padre y el Padre está en Jesús, cada vez que comulgamos, es decir, cada vez que nos unimos sacramentalmente al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, somos llevados por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, al seno del Eterno Padre. Cada vez que comulgamos, tenemos de modo anticipado e incoado algo más grande que el Reino de los cielos y es el Sagrado Corazón de Jesús, en donde late el Amor del Padre, el Espíritu Santo.

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