(Domingo
V - TP - Ciclo A – 2020)
“Creed que estoy en el Padre, al menos por las obras” (Jn
14, 1-12). Jesús hace una revelación que deja atónitos a sus discípulos: Él es Dios
y en cuanto tal, está en el seno del Padre y a la vez, el Padre está en Él. De esta
manera, Jesús amplía la revelación que de Dios Uno tenían los judíos, para
revelar que Dios es Uno y Trino, pero no sólo eso, sino que Él es la Segunda
Persona de la Trinidad, que está en el Padre y el Padre en Él. La auto-revelación
de Jesús como Dios y como Dios Hijo, como Hijo del Eterno Padre, es asombrosa y
no puede ser aceptada sino media la gracia santificante, que ilumina al alma y
la hace partícipe de la divinidad y por lo tanto del conocimiento divino. Sólo por
medio de la gracia se puede aceptar esta revelación asombrosa de Jesús: Dios es
Uno y Trino y Él es el Hijo del Padre Eterno, que posee su misma naturaleza y
su mismo Ser divino y es por esta razón que Él está en el Padre y el Padre en
Él y es la razón también por la cual “nadie va al Padre sino es por el Hijo”,
es decir Él, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo.
Ahora bien, esta auto-revelación de Jesús es lo que hace
que su promesa de “ir al Padre para prepararles un lugar” en el Reino de los
cielos, sea algo verdadero, real, substancial y no un mero deseo. Si Jesús fuera
solo un hombre, santo, pero solo hombre y no Dios hecho hombre, de ninguna
manera ni conocería al Padre, ni estaría en el Padre ni tampoco sería el Único
Camino para ir al Padre. Pero como Jesús es el Hombre-Dios, es el Hijo del
Eterno Padre y está en el seno del Padre desde la eternidad, es que Él, cuando
consume su misterio pascual de muerte y resurrección, retornará al Padre,
preparará las moradas para los que lo amen y reciban su gracia santificante y
volverá para llevar a esas moradas eternas a todos aquellos que lo reconozcan
como a su Dios y su Salvador. Esto último es muy importante, pues diferencia la
Redención de la Justificación: con su muerte en Cruz, Jesús redimió a la
humanidad, pagando con su Sangre la deuda contraída por el pecado original,
pero sólo serán justificados, es decir, santificados, quienes voluntariamente
reciban su gracia santificante. Y esto por fuerza es así, puesto que nadie
entrará en el Reino de los cielos sin quererlo u obligado: quien quiera ir al
Padre, debe primero reconocer al Hijo como Dios y como Mesías Salvador.
“Creed que estoy en el Padre, al menos por las obras”. Puesto
que Jesús está en el Padre y el Padre está en Jesús, cada vez que comulgamos,
es decir, cada vez que nos unimos sacramentalmente al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús,
somos llevados por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, al seno del Eterno
Padre. Cada vez que comulgamos, tenemos de modo anticipado e incoado algo más
grande que el Reino de los cielos y es el Sagrado Corazón de Jesús, en donde late
el Amor del Padre, el Espíritu Santo.
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