“Como
el Padre me ha amado, así os he amado yo” (Jn 15, 9-11). Jesús nos
declara su amor, pero el amor de Jesús no es un amor más entre tantos; no es el
amor de un hombre santo, ni siquiera del más santo entre los santos: es el amor
del Hombre-Dios, de Dios Hijo encarnado. Y este amor que anida en el Corazón Sagrado
del Hombre-Dios, es el Amor que inhabita en el seno del Padre desde toda la eternidad,
es decir, es el Espíritu Santo, que es el Amor de Dios y es el Amor con el que
nos ama Jesús. Es esto lo que dice Jesús: “Como el Padre me ha amado, así os he
amado yo”. El Padre ama a Jesús desde la eternidad, con el Amor del Padre, que
es el Espíritu Santo y es con este Amor Eterno -infinito, divino, incomprensible,
eterno-, con el cual nos ama Jesús también desde la eternidad, aun antes de haber
sido creados. Jesús no se reserva nada para Sí: todo el Amor que recibe del Padre,
el Amor del Espíritu Santo, es el Amor que, en su totalidad, nos comunica desde
su Sagrado Corazón y el momento culminante del don de este Amor es cuando Jesús
infunde su Amor en nuestras almas, que es cuando su Sagrado Corazón es
traspasado en la Cruz. En la cima del Monte Calvario, cuando su Sagrado Corazón
es traspasado por la lanza del soldado romano, es ahí cuando se rompe, por así
decirlo, el dique que contenía al Amor Divino -que era el que lo había llevado
a cumplir su misterio pascual de Muerte y Resurrección- y es cuando se derrama,
como un océano infinito e incontenible, todo el Amor de su Sagrado Corazón,
sobre las almas de todos los hombres de todos los tiempos. Es esto lo que Jesús
quiere decir cuando dice: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo”.
Ahora
bien, Jesús nos ama con un Amor que es Eterno, pero como el amor de amistad
requiere su contraparte -no puede haber amistad si no hay amor entre los
amigos, es decir si el amor es sólo unidireccional-, Jesús quiere que también
nosotros correspondamos a su Amor, derramada en la Cruz con su Sangre. Es decir,
Jesús también quiere que lo amemos; quiere que correspondamos a su Amor y la
forma que tenemos de demostrarle nuestro amor es no por medio de simples
declamaciones y palabras, sino que lo demostramos de una forma muy concreta:
cumpliendo sus Mandamientos, tal como Él lo dice: “Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor”. ¿Cuáles son esos Mandamientos? Amar al
prójimo -y sobre todo al enemigo- como a uno mismo, amar a Dios, llevar la
cruz, perdonar las ofensas, ser misericordioso, obrando las obras de misericordia
corporales y espirituales. Si no amamos al prójimo -incluido al enemigo-, si no
llevamos la Cruz de cada día, si no amamos a Dios como a nosotros mismos, con
el Amor del Espíritu Santo que se nos da en la Cruz, es que no amamos a Cristo.
Si queremos amar a Cristo, vivamos sus Mandamientos todos los días de nuestra
vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario