“Cuando
venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad,
que procede del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15, 26–16, 4a). Antes de
subir al Padre por medio del Camino Real de la Cruz, Jesús hace una promesa: promete
que Él, cuando esté con el Padre, enviará al Espíritu Santo y el Espíritu
Santo, una vez en los discípulos, “dará testimonio de Él”. Esto es muy
importante porque sin la iluminación del Espíritu Santo, es imposible, para la
razón humana, ni siquiera comprender los misterios de Jesús, como también es
imposible comprender el misterio de quién es Jesús, la Segunda Persona de la
Trinidad. En otras palabras, sin la iluminación del Espíritu Santo, no se pueden
comprender ni las obras de Jesús -multiplicación milagrosa de panes y peces,
resurrección de muertos, expulsión de demonios, etc.- ni tampoco se puede
comprender que Jesús no es un hombre santo, sino Dios Tres veces Santo, la Segunda
Persona de la Trinidad encarnada en una naturaleza humana.
“Cuando
venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad,
que procede del Padre, él dará testimonio de mí”. Si Jesús y el Padre no nos
envían al Espíritu Santo para que ilumine nuestras almas, éstas se verán
envueltas en las tinieblas de la propia ignorancia de la razón humana acerca de
los misterios divinos. Es decir, sin el Espíritu Santo, la mente humana cae en
el más profundo racionalismo, porque por sí misma es incapaz de alcanzar los
misterios sobrenaturales del Hombre-Dios Jesucristo.
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