“Un
hombre plantó una viña” (Mc 12, 1-12). Jesús relata la parábola de los
viñadores homicidas. Para comprenderla en su sentido celestial, debemos
reemplazar los elementos naturales por elementos sobrenaturales. Así, el dueño
de la viña es Dios Padre; su hijo es Jesús, Hijo de Dios; la viña es la Iglesia
Católica; los viñadores homicidas son los fariseos y los escribas; los enviados
por el dueño para intentar cobrar el arriendo y que luego son apaleados e
incluso otros asesinados, son los profetas; la muerte del hijo del dueño de la
viña es la Pasión y Muerte de Jesús en la Cruz; los nuevos arrendatarios de la
viña, a los que les será dada la viña luego de quitársela a los actuales, son
los bautizados en la Iglesia Católica. Es de esta manera que se comprende el
sentido sobrenatural de la parábola: hace referencia al misterio pascual de
Jesucristo por un lado y por otro, profetiza que quienes estarán detrás de la
muerte de Jesús serán los fariseos y los escribas. Estos últimos, que son muy
sagaces y astutos, se dan cuenta inmediatamente, al escuchar la parábola, que
Jesús los está tratando a ellos de usurpadores de la viña y de asesinos de su
Divina Persona y por eso es que comienzan a tramar un plan para matarlo.
“Un
hombre plantó una viña”. No debemos pensar que los únicos viñadores homicidas
son los fariseos y los escribas: cada vez que alguien comete un pecado, se
convierte al mismo tiempo, más que en homicida, en deicida, porque Jesús, el
Hombre-Dios, murió en la Cruz por nuestros pecados personales, por todos los
pecados cometidos por todos los hombres de todos los tiempos, desde Adán hasta
el último hombre que será concebido en el Último Día. Procuremos por lo tanto evitar
el pecado y vivir en gracia, de manera que no solo no seamos deicidas, sino
administradores fieles de la Viña de Dios, la Iglesia Católica, para recibir
como premio, al fin de nuestra vida terrena el Reino de los cielos.
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