“El
que compartía mi pan me ha traicionado” (Jn 13, 16-20). Durante el
transcurso de la Última Cena y luego de lavar los pies a sus discípulos, Jesús
cita la Escritura, a modo de anticipo profético de la traición que Judas
Iscariote habrá de llevar a cabo. Según Luisa Piccarretta, en los Apóstoles
están representados los distintos tipos de fieles, tanto sacerdotes como
laicos, que habrán de sucederse a lo largo de la historia, en relación a Jesús.
De modo particular, se confrontan las personas de Judas Iscariote y la de Juan el
Evangelista. En Judas Iscariote, el que lo traicionó y a quien Jesús menciona
indirectamente cuando dice: “El que compartía mi pan me ha traicionado”, están
todos aquellos clérigos y fieles laicos que, habiendo recibido el don del
Bautismo y por lo tanto habiendo sido predestinados a la vida eterna,
preferirán sin en cambio seguir, no a Jesús, sino al Ángel caído, por lo cual
traicionarán el llamado y el destino que Dios Trino quiso para ellos desde la
eternidad.
Del
otro lado se ubican Juan Evangelista y todos los clérigos y laicos que, no sólo
no traicionarán a Jesús, sino que, recostándose sobre su Sagrado Corazón,
escucharán sus latidos y unirán sus corazones al Corazón de Jesús, participando
así de las angustias, penas y dolores de la Pasión, pero también la gloria y la
alegría de la Resurrección.
“El
que compartía mi pan me ha traicionado”. ¿De qué lado estamos nosotros? Del lado
de Judas Iscariote, que en vez de preferir escuchar los latidos del Sagrado Corazón,
traicionó su Amor para escuchar el tintinear de las monedas de plata? ¿O
estamos del lado de Juan Evangelista, que se recostó en el pecho de Jesús para
escuchar los latidos de su Sagrado Corazón? Estaremos de un lado o de otro, no
por lo que proclamemos con los labios, sino por lo que digan nuestras obras,
que tienen que ser obras de misericordia y caridad.
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