“El
amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos” (Jn 17, 20-26). Jesús ora al Padre en la
Última Cena, pidiendo el don del Espíritu Santo para su Iglesia naciente. Una de
las funciones del Espíritu Santo, será unir a los discípulos de Jesús, que
forman su Iglesia, en un solo Cuerpo Místico. En este Cuerpo Místico la
característica será la de estar unidos en el Amor de Dios, porque el Espíritu
Santo será el aglutinante, el que los una en el Amor de Dios, a los hombres con
Jesús y con el Padre, así como el Espíritu Santo es el que une en la eternidad
al Padre con el Hijo. Esto es lo que explica las palabras de Jesús: “Oraré para
que el amor que me tenías esté con ellos”, esto es, el Amor de Dios, el
Espíritu Santo, porque ése el “amor que el Padre tenía a Jesús” desde la
eternidad, antes de la Encarnación. Desde toda la eternidad, lo que une al
Padre y al Hijo, en un único Ser divino trinitario, es el Espíritu Santo, la
Tercera Persona de la Trinidad, que es el Amor espirado del Padre al Hijo y del
Hijo al Padre. Ahora Jesús quiere que ese Amor Divino sea el que una a los
hombres en Él y, en Él, al Padre, por eso es que dice que “orará para que el
amor que el Padre le tenía” desde la eternidad, esté con ellos. Ése Amor, el
Espíritu Santo, es el que une a su vez a los hombres con Jesús: “Como también
yo estoy con ellos”. Jesús está con sus discípulos, con su Iglesia, por el Amor
de Dios, por el Amor Misericordioso de Dios; no hay ninguna otra explicación
para el misterio pascual de Jesús de muerte y resurrección que no sea el don
del Espíritu Santo para los hombres redimidos por su Sacrificio en Cruz en el
Calvario.
“El
amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos”. Luego de
que Jesús muera y ascienda a los cielos, enviará con el Padre al Espíritu Santo,
el cual unirá a los hombres a Cristo y, en Cristo, al Padre. Así, el distintivo
de la Nueva Iglesia fundada por Jesús, la Iglesia Católica, será el amor, pero no
un amor humano, sino el Amor de Dios, que hará que se amen entre ellos como
Jesús los ha amado, hasta la muerte de Cruz: “En esto sabrán que son mis
discípulos, si os amáis los unos a los otros como Yo los he amado”. Se puede
saber si un alma tiene el Espíritu Santo si ama a sus hermanos –incluidos sus
enemigos-, como Jesús nos amó, hasta la muerte de Cruz. Quien no ama a su prójimo,
no tiene consigo al Amor de Dios, el Espíritu Santo, donado por Cristo luego de
su gloriosa Ascensión.
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