“Yo
no soy del mundo (…) he sido enviado al mundo y Yo los envío al mundo” (Jn 17, 11b-19). Durante la Última Cena,
habiendo llegado la Hora en que debía partir al Padre, Jesús da su Sermón de
despedida, en el cual establece una clara distinción entre este mundo terreno y
el mundo al cual Él pertenece y del cual viene, el Reino de Dios. Es por esto
que Jesús dice: “Yo no soy de este mundo”: Él no es de este mundo, entendido “mundo”
como la tierra, la historia humana, el tiempo humano, pero también entendido
como la mundanidad, esto es, la ausencia de Dios y de su santidad; Él es del
mundo celestial, puesto que ha sido engendrado, desde la eternidad, en el seno
del Padre y es el Padre quien lo ha enviado al mundo: “he sido enviado al mundo”
y ha sido enviado al mundo para redimirlo, para salvarlo, para santificarlo,
para quitarle el pecado y darle la gracia de Dios, para derrotar para siempre a
la Serpiente Antigua y liberar así a los hombres de su esclavitud y todo esto por
medio de su Sacrificio en Cruz. Es para redimir al hombre, para derrotar al
Demonio y vencer a la muerte y al pecado por su muerte en Cruz, que Jesús ha
sido enviado al mundo.
Y
así como Él ha sido enviado al mundo para vencerlo –“Yo he vencido al mundo”-,
así también Él envía a su Iglesia al mundo, no para que la Iglesia se
mundanice, sino para que el mundo se santifique. Y esta santificación del mundo
la obrará la Iglesia como Cuerpo Místico de la Cabeza que es Cristo,
participando de su Pasión, Muerte y Resurrección: “Yo los mando al mundo”.
“Yo
no soy del mundo (…) he sido enviado al mundo y Yo los envío al mundo”. Desde el
momento mismo en que hemos sido bautizados, hemos sido incorporados al Cuerpo
Místico de Jesús y ya no pertenecemos más al mundo, sino al Reino de los
cielos. Por esta razón, el cristiano que se mundaniza, traiciona el germen de
vida eterna que ha sido colocado en su ser el día del bautismo y deja de lado
la misión de santificar el mundo, participando de la Pasión de Cristo. Porque no
somos del mundo, sino que estamos de paso por el mundo, hacia la Patria
celestial, es que no solo no debemos mundanizarnos, sino que debemos crecer en
nuestra vida de santidad día a día, para santificarnos nosotros y así también
santificar el mundo en el que vivimos, pero al que no pertenecemos.
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