“He
venido al mundo como luz” (Jn 12, 44-50). Jesús se presenta a Sí como luz:
“He venido al mundo como luz (…) Yo Soy la luz del mundo”. Este hecho de Jesús de
ser Él “luz”, no es en sentido figurado, metafórico o simbólico: Él es, en
cuanto Dios -Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad-, luz en sentido
real, verdadero, substancial, desde el momento en que Dios es la Luz Increada
en Sí misma, que ilumina y al mismo tiempo vivifica a todo aquel al que ilumina.
Jesús es luz en sentido real, porque su naturaleza divina es lumínica, es
decir, su Ser divino trinitario es Luz Eterna e Increada en Sí misma. Por esto
mismo, cuando Él se transfigura en el Monte Tabor, revistiéndose de luz y resplandeciendo
con una luz más brillante que miles de millones de soles juntos, no lo hace con
una luz extraña, prestada, o ajena a Él: la luz con la que se transfigura en el
Monte Tabor es una luz que brota de su Ser divino trinitario y resplandece y se
transluce a través de su Humanidad Santísima. Pero esta luz que es Jesús no
sólo ilumina exteriormente, como sucede en el Monte Tabor, cuando ilumina a Pedro,
Santiago y Juan: es una luz que resplandece ante todo en el interior del alma,
iluminado la raíz del acto de ser de cada alma. Es lo que sucede, por ejemplo,
con Saulo, cuando en su camino a Damasco en busca de cristianos para castigar,
es iluminado en el interior mismo de su alma, con una luz que no proviene de su
alma, sino de Jesús mismo en Persona, quien al mismo tiempo que lo ilumina, le
dice: “¿Por qué me persigues?”. Y al mismo tiempo que es iluminado, Saulo experimenta
la conversión, es decir, la santificación del alma, porque la luz de Cristo Luz
no es una luz inerte, sin vida, como la luz natural o artificial, sino que es
una luz sobrenatural, divina, celestial, llena de la vida divina, que comunica
de la vida divina trinitaria -y por lo tanto santifica- a quien ilumina.
“He
venido al mundo como luz”. No es necesario tener una experiencia mística y
sobrenatural como la tuvo Saulo al momento de caer del caballo, para poder ser
iluminados por Jesús. Jesús es Luz Increada, divina, eterna, sobrenatural, que vivifica
con su luz divina a quien se le acerca, sobre todo, en su Presencia Eucarística.
Por esto mismo, cada vez que hacemos Adoración Eucarística, somos bañados en la
luz divina y vivificante que brota del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y
es así cómo, insensiblemente, experimentamos que Jesús es Luz, divina, eterna y
viva.
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