viernes, 22 de mayo de 2020

Solemnidad de la Ascensión del Señor


Qué celebramos en la fiesta de la Ascensión del Señor? | Desde la Fe

(Ciclo A – 2020)

          Ante la mirada expectante de sus discípulos, Jesús asciende al Cielo, desapareciendo de sus vistas. Su Ascensión forma parte de su misterio salvífico: luego de su Pasión, Muerte y Resurrección, luego de estar un tiempo resucitado, apareciéndose a la Iglesia naciente y dándole así fuerzas para continuar predicando el Evangelio, así ahora asciende al Cielo, para regresar al Padre, al seno del Padre, de donde había salido para encarnarse. Y así como Él, al descender con su divinidad en la Encarnación, no dejó solo a su Padre en el Cielo, así ahora, al ascender con su humanidad glorificada en la Ascensión, no deja solos a sus discípulos, pues con su Presencia Eucarística cumple con su promesa de “no dejarlos solos” y de “estar con ellos todos los días, hasta el fin del mundo”: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
          Pero antes de ascender, Jesús deja un último mandato a la Iglesia y es la misión hasta los últimos rincones de la tierra: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. El mandato misionero de Jesús es explícito: su Iglesia, la que Él deja en la tierra, la que peregrina hacia la Patria Eterna, la Jerusalén celestial y a la que Él acompaña desde la Eucaristía, tiene la misión de anunciar la Buena Noticia del Evangelio, la Buena Noticia de la salvación de los hombres por su Pasión, Muerte y Resurrección, a todos los pueblos de la tierra. Jesús dice: “Haced discípulos a todos los pueblos de la tierra” y en este “todos”, están incluidas todas las razas y todas las naciones del mundo que existen y existirán hasta el fin de los tiempos. No hay límites para la predicación del Evangelio, aunque para algunos -los judíos- sea “escándalo” y para otros -los gentiles- sea “necedad”, el Evangelio debe ser predicado a todos los hombres de todas las razas de todos los tiempos, hasta el fin de los tiempos. Esto, por dos motivos: primero, porque es voluntad positiva de Dios que todos los hombres se salven, pero para salvarse, necesitan saber que hay un Salvador, que es el Hombre-Dios Jesucristo y que necesitan incorporarse, por el bautismo, a su Iglesia; por otra parte, todo hombre tiene derecho a conocer a su Salvador y debe saber que, si quiere salvar su alma, debe reconocer a Cristo Dios como al Único Mesías y Salvador, aceptarlo como tal, incorporarse a su Iglesia, cumplir sus mandamientos y seguirlo por el Camino Real de la Santa Cruz, el Via Crucis, camino que finaliza en el Cielo.
          “Haced discípulos a todos los pueblos de la tierra”. Antes de ascender, glorioso y resucitado, al Cielo, Jesús nos deja el mandato misionero, el de anunciar a todos los hombres de todos los tiempos que, si quieren salvar sus almas, deben aceptar a Jesús como Salvador y a su Cruz como el camino que lleva al Cielo. Y para que cumplamos esta misión, Él nos acompaña desde la Eucaristía, porque si bien ascendió al Cielo con su humanidad, también nos acompaña y nos guía, con su Persona divina encarnada, desde la Eucaristía, todos los días, hasta el fin de los tiempos.

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