(Ciclo
A – 2020)
Ante la mirada expectante de sus discípulos, Jesús asciende
al Cielo, desapareciendo de sus vistas. Su Ascensión forma parte de su misterio
salvífico: luego de su Pasión, Muerte y Resurrección, luego de estar un tiempo
resucitado, apareciéndose a la Iglesia naciente y dándole así fuerzas para
continuar predicando el Evangelio, así ahora asciende al Cielo, para regresar
al Padre, al seno del Padre, de donde había salido para encarnarse. Y así como
Él, al descender con su divinidad en la Encarnación, no dejó solo a su Padre en
el Cielo, así ahora, al ascender con su humanidad glorificada en la Ascensión,
no deja solos a sus discípulos, pues con su Presencia Eucarística cumple con su
promesa de “no dejarlos solos” y de “estar con ellos todos los días, hasta el
fin del mundo”: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
Pero antes de ascender, Jesús deja un último mandato a la Iglesia
y es la misión hasta los últimos rincones de la tierra: “Id, pues, y haced
discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. El mandato
misionero de Jesús es explícito: su Iglesia, la que Él deja en la tierra, la
que peregrina hacia la Patria Eterna, la Jerusalén celestial y a la que Él
acompaña desde la Eucaristía, tiene la misión de anunciar la Buena Noticia del
Evangelio, la Buena Noticia de la salvación de los hombres por su Pasión,
Muerte y Resurrección, a todos los pueblos de la tierra. Jesús dice: “Haced
discípulos a todos los pueblos de la tierra” y en este “todos”, están incluidas
todas las razas y todas las naciones del mundo que existen y existirán hasta el
fin de los tiempos. No hay límites para la predicación del Evangelio, aunque
para algunos -los judíos- sea “escándalo” y para otros -los gentiles- sea “necedad”,
el Evangelio debe ser predicado a todos los hombres de todas las razas de todos
los tiempos, hasta el fin de los tiempos. Esto, por dos motivos: primero, porque
es voluntad positiva de Dios que todos los hombres se salven, pero para salvarse,
necesitan saber que hay un Salvador, que es el Hombre-Dios Jesucristo y que
necesitan incorporarse, por el bautismo, a su Iglesia; por otra parte, todo hombre
tiene derecho a conocer a su Salvador y debe saber que, si quiere salvar su
alma, debe reconocer a Cristo Dios como al Único Mesías y Salvador, aceptarlo
como tal, incorporarse a su Iglesia, cumplir sus mandamientos y seguirlo por el
Camino Real de la Santa Cruz, el Via Crucis, camino que finaliza en el Cielo.
“Haced discípulos a todos los pueblos de la tierra”. Antes de
ascender, glorioso y resucitado, al Cielo, Jesús nos deja el mandato misionero,
el de anunciar a todos los hombres de todos los tiempos que, si quieren salvar
sus almas, deben aceptar a Jesús como Salvador y a su Cruz como el camino que
lleva al Cielo. Y para que cumplamos esta misión, Él nos acompaña desde la
Eucaristía, porque si bien ascendió al Cielo con su humanidad, también nos
acompaña y nos guía, con su Persona divina encarnada, desde la Eucaristía,
todos los días, hasta el fin de los tiempos.
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