“Yo
soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador (…) vosotros sois los
sarmientos” (Jn 15, 1-8). Jesús describe tres cosas: quién es Él, quién
es su Padre y quiénes somos nosotros. Para ello, utiliza la imagen de la vid,
del labrador y de los sarmientos y aplica estas imágenes a Él, al Padre y a
nosotros. Él es la Vid verdadera, porque así como de la vid terrena se extrae
el vino luego de la vendimia, así de Él, Vid verdadera, se extrae el Vino de la
Alianza Nueva y Eterna, luego de la vendimia sobrenatural que es la Pasión. Ahora
bien, como toda vid, posee un labrador que la trabaja y ése labrador, en el
caso de Jesús Vid Verdadera, es Dios Padre. ¿Y qué hace Dios Padre? Así como el
labrador terreno poda los sarmientos vivos para que éstos crezcan más sanos y
fuertes, recibiendo más savia de la vid por medio de su unión con esta, así el
Padre poda, con las tribulaciones, las pruebas y la Cruz de cada día, las almas
que por la gracia están unidas a Cristo, para que la savia vivificante de la
gracia santificante circule en ellas todavía con más vigor y fuerza y así los
haga crecer cada vez más en grados de santidad. Pero también hace otra cosa el Labrado
Eterno que es el Padre: así como el labrador terreno corta, deshecha y arroja
al fuego a aquellos sarmientos que están secos, es decir, aquellos sarmientos
por los que ya no circula la savia de la vid, así Dios Padre poda, o más bien,
quita del alma, al ver que sus esfuerzos son infructuosos, las gracias, sobre
todo la gracia de la conversión final y así el alma, al morir, privada de la
gracia santificante, no ve otro destino que el que ella eligió por sí misma en
esta vida y es el fuego eterno, el Infierno. Es decir, Dios concede la gracia de
la conversión continua y constantemente, pero llega un momento en que, ante la obstinación
del alma, deja de hacerlo, abandonando al alma a su propia libertad, a su libre
arbitrio y el alma así separada de la Vid Verdadera por propia voluntad, nada
puede hacer para evitar la eterna condena, según las palabras del propio Jesús:
“Sin Mí, nada podéis hacer”.
“Yo
soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador (…) vosotros sois los
sarmientos”. No debemos pensar que porque hemos sido bautizados y de vez en cuando
acudimos a los sacramentos o hacemos alguna oración distraída y desganada,
tenemos ya el Cielo asegurado: si no obramos libremente, en el sentido de
querer afianzar, conservar y acrecentar el flujo de savia vivificante que nos
viene de la Vid Verdadera, Cristo, por medio de la oración, la recepción
frecuente de los sacramentos y las prácticas de las buenas obras, se debilitará
cada vez más en nosotros el flujo vital de la gracia hasta desaparecer y así el
Labrador Eterno, Dios Padre, no hará otra cosa que lo que nosotros hicimos por cuenta
propia y es el separarnos de la Vid Verdadera, Cristo Jesús. Por lo tanto, si
queremos habitar en el Reino de los cielos al fin de nuestra vida terrena,
obremos de manera tal que el flujo de gracia santificante que proviene de la
Vid Verdadera, Cristo Jesús, sea cada vez y cada día más y más abundante. Así Cristo,
Vid Verdadera, será para nosotros la Vida Eterna del alma.
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