“Las
obras que hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí” (Jn 10, 22-30).
Le preguntan a Jesús acerca de su condición de Mesías, es decir, quieren saber
si es Él el Mesías o no. Jesús les responde de un modo directo y práctico: las
obras que hace “en nombre de su Padre”, testimonian acerca de Él. ¿Y cuáles son
estas obras que testimonian que Jesús es no sólo el Mesías, sino también el
Hijo de Dios, puesto que Él se auto-proclama “Hijo del Padre”? Esas obras son
los milagros, signos y prodigios que sólo los puede hacer Dios, es decir, son
obras que de ninguna manera pueden ser realizadas por naturalezas creadas, sean
el hombre o un ángel. En otras palabras, si Jesús resucita muertos, si
multiplica panes y peces, si expulsa demonios con el sólo poder de su voz, si
cura toda clase de enfermos, entonces quiere decir que lo hace con el poder
divino y se trata de un poder divino que Él ejerce no como derivado o participado,
sino de modo personal y directo: por esto mismo, estas obras, estos milagros,
dan testimonio de que Jesús de Nazareth, el Hijo de María Santísima y de San
José, es el Mesías, el Hijo de Dios encarnado.
“Las
obras que hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí”. Si los prodigios
que hace Jesús dan testimonio de su divinidad, de manera análoga se puede
aplicar la obra divina por antonomasia que hace la Iglesia Católica, la
Eucaristía, para tomar por verdad lo que Ella afirma de sí misma, esto es, que
la Iglesia Católica es la Única Iglesia verdadera. Parafraseando a Jesús, la Iglesia,
para afirmar su origen divino, puede decir de sí misma: “La obra divina que
hago, la Eucaristía, da testimonio de que yo soy la Verdadera y Única Esposa Mística
del Cordero”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario