“Jesús
tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió (…) lo mismo hizo con
los peces” (Jn 6, 1-15). Jesús realiza uno de sus más prodigiosos
milagros: multiplica cinco panes de cebada y dos peces, de manera tal que
alcanzan y sobran para alimentar a una multitud calculada de más de diez mil
personas y no sólo eso, sino que además de comer la multitud hasta saciarse,
incluso sobraron doce canastas.
Este
milagro, además de su significado propio en sí mismo -es un milagro realizado
para satisfacer el hambre corporal de la multitud-, tiene un significado sobrenatural,
porque está prefigurando y anticipando otro milagro, el milagro eucarístico,
milagro por el cual no multiplicará ya panes y peces, sino Pan de Vida eterna y
Carne del Cordero de Dios, esto es, la Sagrada Eucaristía. Esto es así porque Jesús
no ha venido para combatir el hambre corporal, es decir, no ha venido para
terminar con la pobreza en el mundo –“a los pobres los tendréis siempre entre
vosotros”- y por lo tanto la misión de la Iglesia, si bien auxilia a los pobres
materiales por medio de organismos como Caritas, tampoco es terminar con el hambre
y la pobreza material y no es ésta su misión principal, de ninguna manera. Jesús
podría hacer de manera tal que no hubiera hambre en el mundo, pero ha dejado a
los pobres para que nosotros los cristianos nos santifiquemos en su auxilio y
ayuda, puesto que una obra de misericordia espiritual, dar de comer al que
tiene hambre, abre las puertas del cielo de par en par.
Ahora
bien, Jesús sabe que somos materia y espíritu y que por eso mismo, además del
alimento corporal, necesitamos el alimento del espíritu y ése alimento es la
Sagrada Eucaristía. Para que nuestra hambre espiritual de Dios se satisfaga a
lo largo del tiempo, es que ha encargado a la Iglesia la misión de prolongar en
el tiempo la confección del Sacramento de la Eucaristía –“Haced esto en memoria
mía”- para que los hombres de todos los tiempos, hasta el Fin del mundo y de la
Historia, tengamos acceso a este sublime alimento espiritual.
“Jesús
tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió” (…) lo mismo hizo con
los peces”. Si Jesús demostró amor y compasión al multiplicar el pan material y
los peces, para saciar el hambre corporal de la multitud, para con nosotros, en
cada Santa Misa, demuestra un amor infinitamente más grande, porque no nos
alimenta con pan terreno y carne de pescado, sino con el Pan Vivo bajado del cielo
y con la Carne del Cordero de Dios, el Santísimo Sacramento del altar, la
Divina Eucaristía.
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