(Domingo
III - TP - Ciclo A – 2020)
“Lo reconocieron al partir el pan”. Jesús resucitado les
sale al paso a los discípulos de Emaús, que van por el camino comentando acerca
de lo sucedido el Viernes Santo. Tal como sucede con otros discípulos -por
ejemplo, María Magdalena-, los discípulos de Emaús, a pesar de ser discípulos,
es decir, a pesar de conocer y amar a Jesús, no lo reconocen cuando lo ven resucitado.
Además, por su falta de fe en las palabras de Jesús en la resurrección, van con
el “semblante triste”, lo cual también es una característica de los discípulos
que se encuentran con Jesús, antes de reconocerlo como resucitado. La razón por
la que están con el “semblante triste” es que no solo no creen en la Palabra de
Jesús, que había prometido resucitar al tercer día, sino que tampoco creen en
el testimonio de las santas mujeres y de los discípulos que lo han visto
resucitado y les han contado que Jesús está vivo y glorioso. Es esta fe
incrédula, imperfecta, vacilante, la que los hace dudar acerca del misterio
salvífico de Jesús y es lo que les impide que sepan que están hablando con
Jesús.
Esta situación de desconocimiento e incredulidad cambiará
radicalmente cuando, tiempo más tarde, Jesús “parta el pan”, lo cual muchos
piensan que es en el contexto de una misa celebrada por Jesús. La cuestión es
que en el momento en que Jesús “parte el pan”, se produce en los discípulos una
iluminación interior, dada por el Espíritu Santo, que les quita el velo de los
ojos del alma y del cuerpo que hasta entonces tenían y los capacita para reconocer,
en ese forastero que los acompañaba por el camino, nada menos que a Cristo,
resucitado y glorioso. En ese mismo momento Jesús desaparece, pero esta invisibilidad
de Jesús no es un impedimento para que los discípulos de Emaús crean que Jesús,
que ha muerto en la cruz el Viernes Santo y ha pasado en el sepulcro el Sábado
Santo, haya resucitado “al tercer día” y esté vivo y glorioso entre ellos. Paradójicamente,
cuando lo podían ver y cuando podían hablar abiertamente con Jesús, lo
confundían con un extranjero y ahora que Jesús se hace invisible, se vuelve
visible para ellos, puesto que pueden verlo con los ojos del alma iluminados
con la luz de la fe.
Puede sucederle a muchos lo que a los discípulos de Emaús antes
de reconocer a Jesús resucitado, esto es, que su fe sea vacilante, trémula,
frágil. Y esto sucede cuando no se cree en las palabras de Jesús, de que después
de morir en la cruz, habría de resucitar “al tercer día”. Cada vez que asistimos
a la Santa Misa, se produce algo similar a lo sucedido con los discípulos de
Emaús al partir Jesús el pan: cuando el sacerdote fracciona la Hostia
consagrada, también se produce una efusión del Espíritu desde la Eucaristía, el
cual ilumina las almas con la luz divina, permitiendo al alma reconocerlo,
vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía. Por esta razón, cuando nuestra
fe esté débil y vacilante, acudamos a la Santa Misa, para recibir la efusión
del Espíritu Santo en el momento de la fracción del Pan consagrado y así lo
podremos reconocer, vivo y glorioso, en la Eucaristía. Y así Jesús hará arder
nuestros corazones en el Amor de Dios, cuando lo recibamos en la Comunión Eucarística.
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